-Si vos querés podemos ir a tomar
algo y ahí lo vemos bien- se animó por fin Marcos cuando la clase terminaba.
Macarena sabía que ella le atraía,
pero pensó que era por su físico como a todos los demás. Y es que era realmente
bellísima. De pelo largo enrulado, con ojos grandes color océano y sonrisa
pronunciada de dientes perfectos, su pequeño cuerpo estaba muy bien
desarrollado, era acogedor. Sus piernas bronceadas durante todo el año se unían
a sus caderas, firmes y duras, que los pantaloncitos de jean gastados no se cansaban
de apretar.
A Marcos le llamaba mucho la atención
y estaba desconcertado. Siempre le habían gustado las mujeres inteligentes,
pero ahora no podía dejar de pensar en esta chica. No le gustaba solamente por
su imagen, sino que había algo más. Lo sabía. Era un intelectual muy culto y
estudioso, alto, de pelo corto y bastante flaco. Su rostro estaba compuesto por
partes que tranquilamente podrían haber sido recortadas de revistas y unidas
unas a otras con pegamento. De ojos hundidos, nariz en punta, boca apretada,
pero de labios carnosos, y una incipiente barba de desempleado reciente. No se
lo podía considerar lindo o al menos no poseía una belleza común. Lo ayudaban
sus facciones, las terminaciones de su cara. Manifestaba la rareza de un dibujo
animado. Su perspicaz inteligencia y conocimientos teóricos siempre le habían
permitido obtener a casi cualquier mujer que se propusiera. De todo tipo. Él
las observaba, las analizaba y ya sabía de qué debería hablarles para
conquistarlas. Estrenando sus veinte años de edad, estaba atestado de un gran
apetito sexual y sabía muy bien como satisfacerlo.
Miriam era la diosa de su barrio. Una
modelito de publicidad de desodorantes masculinos que estaba perdidamente
enamorada de Marcos. Del Marcos que él le había enseñado, claro. Pero le
parecía una estúpida y recurría a ella para saciar ese impetuoso deseo del
sexo. No se sentía culpable ni nada. No, no lo molestaba en lo más mínimo.
Macarena lo había desorientado.
Estudiaban juntos la carrera de Historia y ella, aprovechando su impactante
figura, recurría a Marcos para que la ayudara con los trabajos prácticos y en
los estudios previos a los exámenes. El astuto muchacho era consciente de que varias
personas se le acercaban con aquellos fines prácticos, pero si no deseaba conseguir
ningún provecho personal generalmente eludía esos pedidos de auxilio. Pero
ahora sí estaba interesado y hace semanas que quería pronunciar la frase tan
repetida mentalmente que la invitaría a salir.
- Dale, me queda un teórico de
Latinoamericana I y ya termino por hoy. Si me esperás, vamos– sugirió tan
seductoramente Macarena que los elaborados proyectos de respuesta del galán se
desmoronaron con un asentimiento de cabeza.
Por supuesto que la esperaría. La
esperaría toda la vida si fuese necesario. “¿Qué te pasa Marcos? ¡Estás hecho
un terrible pelotudo con esta mina!” se quejaba para sus adentros.
Debía continuar con el plan, ese que
había armado tan minuciosamente. No se permitiría parecer un desesperado que
quería llevarla a la cama a toda costa. No, no quería parecerlo. Quedaban unas
semanas para el final de Sociología del Lenguaje y, si hacía las cosas bien,
podría verla todos los días después de clase. Hasta podrían encontrarse en su
casa, o en la de ella, los fines académicos serían la excusa perfecta.
Los ochenta minutos que estuvo
esperando la finalización de la clase los pasó analizando una y otra vez sus
siguientes movimientos. Fueron al bar del gordo Enrique; en el café de la
esquina de la facultad no podrían almorzar y el almuerzo siempre supone más
tiempo y hasta mayor intimidad. Fue un excelente comienzo. Las risas iban
aumentando y contagiándose, y las historias personales remplazaron los apuntes
de la cátedra Spinoza.
Macarena contó de su familia. Vivían
en la ciudad hacía ya varios años. Habló de sus relaciones pasadas, había
tenido un solo novio, durante el secundario. Todo lo demás fue “touch and go”,
definido por sus propias palabras. El tímido rubor que asomó en el bello rostro
de la joven cuando pronunció aquellas palabras, dio pie al simpático seductor
para hacerse el gracioso: - Claro, ¡dura lo que dura dura!- Por suerte para él, su jocoso comentario fue
festejado y la velada diurna fue un éxito.
Los encuentros tras la facultad
continuaron y fueron adquiriendo un mayor grado de confianza. Todo marchaba
perfectamente. Solo que Marcos no estaba conforme con esa perfección. A esta
altura, tenía a la chica rendida a sus pies y todavía no la había ni siquiera
besado. No era la timidez, ni el miedo al rechazo. Tampoco, claro, por alguna
cuestión estética ya que Macarena se presentaba despampanante a cada una de las
reuniones que llamaban “estudiar para el final”.
No sabía que le pasa. No había
perdido el interés, al contrario, cada día utilizaba todo su arsenal de conquista
y la impresionaba con humor, simpatía, cultura y demás artes seductoras en las
que iba desenvolviéndose. Tampoco era amistad. Nunca dejaría que la relación
diera ese vuelco. No la consideraba una amiga y no tenía intenciones de
hacerlo. Macarena era demasiado obvia, típica en su personalidad y trivial para
alguien como Marcos. Estaba ya muy fastidioso, así que decidió resolver la
situación: Seguiría ayudándola a repasar, conversando y coqueteando con ella
hasta el momento del examen. Después de rendir, la invitaría a su casa para
festejar la segura aprobación de la materia y tendría sexo con ella.
Efectivamente, todo salió como el
sagaz muchacho había premeditado. Aprobaron y decidieron festejarlo. Primero,
se juntaron a tomar unas cervezas con el resto de sus compañeros que también
habían tenido éxito. “Así ya la tengo un poco entonada y entrega más fácil”. Su
plan marchaba tal y como lo había pensado.
Una vez en la casa, y ya que aun no
podía comprender el extremo interés en Macarena, decidió ir directo al grano.
Comenzaron los besos, las caricias, los toqueteos y la sensualidad fue
fundiéndose en la cama de Marcos. Pero él no estaba pasándola bien. Era una de
las chicas más hermosas que había conocido y no se sentía excitado. Igualmente
sabía que al comenzar el acto debía consumarlo. “Dale gil, ponete las pilas y
cogete a esta terrible yegua que tenés en pelotas enfrente tuyo” se alentaba ya
molesto consigo mismo.
En uno de sus repetidos intentos por
penetrarla, tiró demasiado fuerte del pelo que estaba acariciando y eso lo
estimuló. Sin consultarla, siguió tironeando toda su cabellera como si quisiera
arrancársela de la cabeza. Entre los incesantes gemidos de su pareja, alcanzó
un nivel de erección y deseo sexual que no había experimentado nunca antes. Con
una extraña pero satisfactoria furia, montó a la chica y la fornicó como si no
hubiese mañana. Mientras más fuerte gritaba Macarena, más punzante y agresivo
era Marcos en su bestial arremetida contra ella.
Eso era entonces, se había dado
cuenta el muchacho. Los gritos y gemidos lo excitaban. Los gritos y gemidos de
ella. Disfrutaba las expresiones de dolor en su rostro. Nunca le había pasado,
pero no le dio importancia.
La relación continuó, porque el sexo
continuó. Era aburrido conversar con ella y hasta le molestaba verla reír. Solo
le importaba el sexo, aunque no el acto sexual en sí, sino las sensaciones que
generaba en ella. Los únicos momentos felices de Marcos junto a su pareja eran
cuando le infringía alguna especie de dolor durante la relación carnal. Poco a
poco fue dándose cuenta de que lo que le gustaba de Macarena, lo que lo atraía,
era su sufrimiento. Ese interés que al conocerla lo desconcertaba, lo
obsesionaba, era sencillamente eso, le gustaba verla sufrir.
En una oportunidad, durante una clase
que compartían, presenció una fuerte discusión que mantuvo con otra estudiante,
que en el desenlace de la pelea llamó a Macarena “Pendeja creída y caprichosa
que le chupa todo un huevo”. Fue Marcos quien se quedó con ella, abrazándola y
consolándola, y por supuesto, disfrutando de su llanto.
El talento mental del potencial
historiador no se centraba ya en artimañas de conquista, sino en generar
situaciones donde pudiera experimentar el dolor en su dichosa novia.
Una noche, convenció a Macarena que
lo dejara quedarse a dormir en su casa, aunque los padres de la chica estaban
presentes y nunca lo hubieran permitido. Él lo sabía, pero sus argumentos
fueron lo suficientemente válidos como para conseguir lo que quería. En esa
ocasión el sexo fue deprimente. – No puedo gritar mi amor, van a escuchar mis
viejos- se excusaba ella ante sus insistentes pedidos. No importaba, a la
mañana siguiente obtendría su placer de otro modo.
El sonido de la mano del padre
impactando contra el cachete, la perplejidad de la chica, la angustia, las
quejas, los insultos recibidos, seguidos por el furioso llanto y acompañados
siempre por esa marca roja en el rostro de Macarena, generaron en Marcos una
sensación extasiante de euforia y alegría contenida que gozaba con recelo.
Debía controlarse y seguir actuando como el fantástico novio contenedor que
ella creía tener.
Las películas también resultaban
pertinentes a la hora de saciar esa maliciosa búsqueda de Marcos. – “Una de
terror o algún drama jodido gordita, así después nos mimamos un rato”- Los
engaños surtían efecto, con increíbles resultados. Macarena se pasaba horas
temblando y llorando, gritando asustada y horrorizada. Y él la miraba
sonriente.
Las chicas lindas siempre consiguen
lo que quieren. En este mundo, las chicas lindas siempre triunfan. No necesitan
cerebro, no precisan dinero ni afecto. Con su belleza les alcanza para obtener
todo lo que deseen.
Este era el argumento de Marcos, la
razón que se daba para aceptar lo que hacía con Macarena. Y se divertía mucho.
Era muy placentero y estimulante ver los sollozos de su pareja y observar sus
miserias. Pero con el tiempo eso solo ya no alcanzaba. Debía experimentar en
carne propia el sufrimiento de ella. Quería ser protagonista y partícipe en su
dolor. Así que hizo lo que cualquiera de nosotros hubiese hecho en su lugar:
Desde el celular de Macarena, y
haciéndose pasar por ella, envió un mensaje de texto, que después eliminó,
obviamente, citando a su ex novio a pasar una tarde de sábado en su casa. Le
fijó el horario y le dijo que una vez reunidos le contaría de qué se trataba
ese inesperado mensaje que firmaba con extrema necesidad. Miguel, sorprendido
pero motivado, se dirigió a la casa de su antigua pareja sin mucho que esperar,
tal vez un encuentro de sexo furtivo o algo así. La sorpresa que se llevó
Macarena al verlo, ahí, parado en su lobby,
con esa cara de seductor porfiado al mejor estilo Troy Mclure, no fue nada en
comparación a la desesperación en que incurrió, momentos después, cuando
observó a Marcos tras ellos, con el aspecto más indignado y desilusionado que él
pudo simular.
La pelea duró pocos minutos. Los
suficientes. Miguel se retiró presurosamente de la escena mientras las excusas
y los “no entiendo qué pasa” brotaban de la boca de la desesperada joven.
Marcos la insultó, la maltrató y denigró. Descargó una furia iracunda y hasta
consiguió estrellarla duramente contra la puerta. Su juego macabro había sido
otra vez un éxito. Confundida, indefensa y con el corazón totalmente destruido
se quedó ella, agazapada con la cabeza baja frente a la entrada de su casa. Y él
la miraba sonriente.
El supuesto disgusto de Marcos para
con su novia se mantuvo lo necesario como para satisfacer muchos de esos raros
deseos que crecían en él y reclamaban ser atendidos. Pero era demasiado astuto
como para estirar tanto tiempo ese enojo por una cosa tan sencilla y estúpida
como la que había ocurrido. Es decir, de encontrarlos en la cama hubiese sido
diferente, pero ese simple encuentro que había generado, sin nada más, no
alcanzaba para mantener por mucho tiempo la mentira de su decepción.
Verla tan angustiada por la pelea,
tan necesitada de él y tan triste por su momentánea separación, le dio una gran
idea. De hecho, fue la idea más brillante que se le ocurrió en toda su vida.
Los gemidos, las peleas con amigas,
las discusiones familiares, no habían sido nada en relación a lo anteriormente
sucedido. Ni siquiera el dolor físico que pudo infringirle alcanzaba. Pudo
haberla asesinado, claro. Hubiera sido hermoso y lo hubiese disfrutado
muchísimo. En realidad ya lo había pensado. Tenía todo el plan armado para que
la muerte fuese lo más dolorosa posible y para que él no quedase relacionado.
Pero no. Una vez finalizado, una vez concluido el crimen, se terminaría todo.
No tendría con quien seguir. Macarena era única. La única con quien disfrutaba
al verla sufrir. No había otra y seguramente nunca más la hubiese.
Al poco tiempo, se arreglaron.
Volvieron a ser la pareja feliz de antes y Marcos ya no forzaba ninguna
situación para hacer sentir mal a su novia. Siguieron juntos por mucho tiempo.
Pasaron los años, se recibieron, viajaron y compartieron todo tipo de cosas.
Marcos era el novio más atento y cariñoso que nadie podría jamás tener. Le daba
todos los gustos, la satisfacía con lo que ella deseara y la hacía feliz. La
hacía verdaderamente feliz.
Una mañana, cuando ya vivían juntos, Marcos
estaba tomando una de sus habituales duchas matinales, antes de ir al trabajo
en el colegio, mientras Macarena preparaba el café de todos los días. Le pareció
rara la tardanza de su pareja, siempre puntual en la mesa para el desayuno. Al
tercer llamado sin respuesta, fue al baño a buscarlo: El chorro de agua
impactaba de lleno contra el cuerpo yaciente de Marcos. La sangre pintaba toda
la bañadera.
- Un tropezón señorita- explicaba
horas más tarde el médico forense – se le partió el cráneo contra la cerámica.
Fue un golpe muy duro. Falleció al instante.-
Desde ese día, Macarena nunca volvió
a sonreír. Su felicidad murió con Marcos. Cada noche lo lloraba en su cama y
todos los domingos visitaba su tumba y la adornaba con flores. Y él la miraba
sonriente.
Reflexión final: Marcos amaba a Macarena, solamente
que, a diferencia del resto de las parejas, él no deseaba su felicidad, sino su
sufrimiento. Pero la amaba. La amaba tanto que dio la vida por ella.