Este cuento es una historia.
Una historia de amor, de celos, de magia, de intentos, de gritos, de risas. Es
una historia de cómo dos personas se enamoran y eso cambia sus vidas para
siempre.
No era muy posible que él se
enganchara con nadie. Pero claro, ella no era nadie. No había chance que ella
se la juegue con él, pero vaya si jugaron.
El juego consiste en avanzar.
No importa cuánto, o cuándo, pero para moverse tenían que avanzar juntos. Si no
podían, retrocederían algunos casilleros o en el peor de los casos se quedarían
quietos, perdiendo el turno. Cuando estaban de racha y los dados ayudaban,
avanzaban muchísimo. Recorrían tableros inmensos y superaban las pruebas más
difíciles.
Este juego no tiene final, el
premio es jugarlo juntos. No se puede ganar o perder, o al menos no en los
términos convencionales de esas palabras. Se puede retroceder, estancarse.
Tampoco se puede abandonar. Al menos ellos no pudieron. Siempre siguen jugando.
Siempre hay algún otro tablero para mover las fichas, para avanzar juntos.