lunes, 6 de abril de 2020

La historia del aguante


No muchos lo querían al pibe. Mejor dicho, pocos. En épocas donde las redes sociales no tenían la dimensión de hoy día, había que charlar con la gente para saber lo que pensaba.  Yo iba a la cancha siempre al mismo lugar, por lo tanto, veía siempre las mismas caripelas, con algunas excepciones. A veces tiraba algún chamuyo para ver quién picaba: “Che, hoy en Reserva metió 4 pepas el pibe Leyría”. Algunos se enganchaban y no lo podían creer. Otros, ni bola. Los más sensatos me daban vuelta la torta ahí nomás. “Juega mañana la Reserva, flaco”. En definitiva, lo que yo les decía, lo que quería que entendieran, es que el pibe era bueno. Era bueno enserio. Le faltaba algo de chispa, un golpe de horno tal vez, meter más bochas de las que erraba, pero tenía 17 pirulos nomás. Era un pibe y se bancaba los embates de Ferreyra y Peñaloza en los entrenamientos como un titán. Guardaba la pelota en un cofre el pibe y en dos baldosas te dejaba desparramado mirando el cielo. No, si era bueno enserio te digo.  No todos ven la jugada completa, sino que se quedan con el gol o con el que dio la asistencia. Pero el pibe Leyría participaba en todas. Metía, corría, sacaba, saltaba, ganaba de arriba, aguantaba de abajo y jugaba como la reina en el ajedrez, para todos lados. Mirá que lo fajaban al pibe, eh. Pero se la bancaba como Russel Craw en el Gladiador. Recibía de todas partes y cuando lograban voltearlo, el pibe se levantaba como si nada y se iba derechito al área a buscar el centro. Ni mu, decía.  ¿Eso no me lo reconocen, che? Una vez un tío mío me dijo, “un jugador al que le pegan tanto es porque está mucho en contacto con la pelota”. Corta. Y el pibe Leyría estaba con la pelota. La entretenía, la cuidaba, la trataba con delicia y generosidad. Cómo no me iba a gustar un pibe así. 
Jugábamos sábado a la noche, partido picante por ubicación en tabla y por la rivalidad natural con Ferroviarios del Este. Primer tiempo nos fuimos al descanso perdiendo por 2. Al toque que empezó la segunda parte nos rajaron a nuestro número 5, el ‘Candyman’ Garcilazo, por un patadón de atrás. El deté, desesperado, hizo los 3 cambios juntos. Iban 5 minutos del segundo tiempo. Ya era un papelón, pero encima se lesionaba alguno e íbamos derechito a la masacre total. Buen, cuestión que entre esos 3 cambios entró el pibe Leyría. Yo estaba cerca del banco. Lo llené de elogios y motivación al pibe. Que vos podés, vos lo das vuelta, jugá como sabés y todas esas cosas le dije. El técnico, textual, lo escuché, le tiró: “movete por todo el frente de ataque”. Una sonrisa picarona y cómplice me dedicó el pibe Leyría mientras yo miraba al técnico con la boca abierta. ¡Qué indicación original! Bua, en fin. El pibe entró y la rompió toda.  A los 10 minutos robó una bocha en campo rival, gambeteó un tipo, se metió en el área y le hicieron penal. Lo pateó Galindez, nuestro 9, y le rompió el arco para el descuento. Estaba encendido enserio el pibe. Cada vez que recibía, encaraba y pasaba y dejaba algún compañero mano a mano con un pase clínico. A los 20’ tiró un caño cerca de mitad de cancha, pasó y volvió. Cuando se frenó, el rival que había sufrido el túnel, Reynoso creo que se llamaba, pasó de largo, pero le estroló una trompada en el pecho. Como borracho malo que aun rendido quiere seguir armando bardo. Roja directa. Quedábamos 10 contra 10. Ahora se me estaban animando todos con el pibe, pero yo nada, calladito, metido en el partido y sin nada de esa perorata de “te lo dije”, ni mucho menos. Los jugadores rivales también se estaban avivando que el pendejo de 17 años los estaba pasando como bicicleta embalada en embotellamiento de autos. Se apiolaron y empezaron a darle. En una durísima casi me lo lesionan al pibe. Le dieron un zancazo de atrás en el tobillo y el referí no sacó ni amarilla. Pero Leyría no iba a salir a menos que le amputaran la pierna. Siguió jugando. Casi a los 35 minutos cobraron un ful para nosotros, cerca del área, pero bastante abierto. El pibe Leyría, caradura y atrevido, se lo pidió a nuestro 10. Metió un bochazo divino al corazón del área que no sé quién rozó y terminó en el empate. Faltaban 10 minutos y ahora todos pensábamos que lo podíamos dar vuelta. ¿De la mano de Suarez, nuestro 10? Naa. ¿Por los goles de Galindez, nuestro goleador? Tampoco. Si lo dábamos vuelta era pura y exclusivamente por obra y gracia del pibe, del pibe Leyría, la joya de inferiores, nuestro diamante en bruto que ya empezaba a sacar lustre.
“Corta en el medio Molinari, le queda la pelota a Leyría que arranca para adelante a una velocidad impresionante. Ojo que quedó mal parado Ferroviarios, eh. El pibe toca con Suarez y va a buscar la pared. Se le va largo el pase a Suarez, pero llega Leyría, sí, llegó a controlar la pelota. Se le acerca el topo Rodríguez a marcarlo, lo quiere llevar contra la línea. No tiene descarga el pibe. Amaga que va para afuera y se mete para adentro, se la lleva impresionante Leyría y empieza a cerrarse. Se acerca al área, tira una bicicleta que deja despistado a Lemos, engancha frente a Torres, lo dejó pintado, mirá. Queda de cara al arquero, qué hace Leyría, probó una emboquillada, mamita, exquisito, se cola por arriba del arquero que se estira y no llega, es el tercero, sí, gol. ¡Gooooooool!, pero que pedazo de gol que hizo el pibe Leyría, por favor, descomunal la calidad de este joven de 17 años. Una soltura para llevar la pelota, una decisión para encarar y dejar a los rivales atrás y una frialdad de asesino serial para definir por encima del arquero. El partido 3-2 y la cancha es una fiesta”
Podría cerrar esta historia sobre el aguante aquí, con este relato. Endiosarlo al pibe, engrandecerlo. Pero no. Aquello no sucedió más que en mi cabeza. Faltando 5 minutos se generó un mano a mano dejando desairado al defensor que lo vino a marcar. Quedó solo con el arquero, que lo achico bien. El pibe Leyría amagó a rematar al palo derecho, pero en vez de patear se llevó la pelota para adelante, dejando clavado al arquero y con el arco vacío a disposición. No fue gol: Se le fue un poco larga. La llegó a controlar, pero ya estaba sin ángulo y cuando quiso definir, la pelota dio en el palo y se fue al saque de arco.
Para colmo, en tiempo de descuento, Ferroviarios tuvo un córner y nos dormimos todos. Lemos, el 2 de ellos, saltó más alto que cualquiera y de pique al piso nos la mandó a guardar. Lo perdimos. Pitazo final y todos re calientes.
No es el mejor cierre para contar por qué banco tanto a este pibe. No tiene un final feliz, es cierto. Pero el aguante no tiene porque tenerlo. No alentamos solo cuando vamos ganando como tampoco bancamos a un jugador solamente cuando le salen todas. Eso sería fácil. Aguantar es saber esperar. Es tener paciencia. El pibe es un crack. Tiene condiciones de sobra, tiene actitud. No está teniendo suerte. Ya la va a tener. Y ahí sí, cuando todos se compren las camisetas del pibe Leyría, se saquen fotos con él, y lo entrevisten de todas las radios del país, ahí sí voy a tener el placer de decir, yo a este pibe lo banco desde siempre.

sábado, 28 de marzo de 2020

La final exiliada


Hubo una vez, hace algunos años, un hecho muy paradójico en el fútbol moderno. La final del torneo más importante del continente americano se disputó en una ciudad extranjera, una de las capitales más importantes de Europa.
La jugaban los dos equipos más poderosos de uno de los países más ganadores de Sudamérica. Era una final a partidos de ida y vuelta, la última con este formato. Después sí se copiaría el modelo europeo de finales a partido único en algún estadio a definir de antemano por la organización del campeonato. 
El primero de los dos partidos se jugó en el país de origen, sin modificaciones importantes salvo una postergación por lluvia. Terminó en un empate. Una de las particularidades que tuvo este partido fue el gol del empate del equipo visitante. El local había convertido y el estadio aclamaba a sus jugadores y festejaba el gol apasionadamente. Ah, no les conté. Todos los presentes eran simpatizantes del equipo local, ya que en ese país se había prohibido, hace tiempo, el ingreso de los hinchas visitantes a las tribunas. La fiesta era vibrante. Primer gol de la final más importante de todas, de local, con toda la cancha alentando para el mismo lado. El panorama era inmejorable. Mientras la efervescencia del festejo continuaba, los celulares seguían filmando los cánticos de la hinchada o enviando cariños a familiares y hasta algún que otro relator partidario seguía gastando al equipo rival, los visitantes sacaron del medio y convirtieron el empate. Sí, hicieron un gol sacando del medio. En tiempo neto de juego, habrán pasado poco más de 30 segundos desde que el equipo local convirtió el gol y el equipo visitante lo empató. Después el local volvió a ponerse en ventaja y el visitante volvió a empatarlo. Terminó 2 a 2 y todo se definiría en la cancha del equipo visitante, el que hizo el gol sacando desde el medio.
El partido definitorio, entonces, se jugaría también en el país de donde provienen estos dos equipos. Repito para que entiendan la trascendencia. El torneo más prestigioso del continente. Los dos equipos más poderosos de un país sumamente importante de ese continente. Final. Partido de vuelta. Traten de imaginar el marketing que se movió en aquellos días. La ciudad paralizada. El país atento. Todos los focos se los llevaba la definición del torneo americano más relevante de todos. Los canales de televisión, radio, prensa y portales web llenaban sus espacios con contenidos destinados a resaltar este partido, a engrandecerlo, a promocionarlo y venderlo. Guerra de slogans, batalla de marcas, merchandising desbordado para ambos lados. Todo era exagerado, todo era demasiado. Pero faltaba algo, faltaba más. La ambición de este negocio lo consiguió.
El partido de vuelta de la final más importante de todas fue suspendido. Un irresponsable y defectuoso operativo de seguridad permitió que los hinchas locales pudieran acercarse y atacar al micro del equipo visitante cuando se dirigía al estadio. Fue un escándalo mediático y de una violencia aberrante, pero no desconocida. Después de varias horas de postergación y tras un acuerdo entre los presidentes de ambos clubes en conjunto con el presidente de la organización de fútbol de Sudamérica, el partido se pasó para el día siguiente. Ambos equipos se comprometieron a disputarlo. El mandamás del torneo estuvo de acuerdo. Mientras tanto, y como consecuencia del incidente –una zona liberada por la policía donde el micro fue atacado-, el ministro de Seguridad de la ciudad donde se desarrollaba el partido debió renunciar a su cargo. Días después, en esa misma ciudad se llevaría a cabo un encuentro entre los dirigentes más poderosos del mundo, conglomerados en el famoso G20. Pero esa es otra historia…
 El día siguiente, por lo tanto, los fanáticos del equipo local volvieron a colmar las inmediaciones del estadio. La esperanza se renovaba. Después de haber pasado horas y  horas en las tribunas esperando en vano el partido bajo un calor sofocante, los hinchas regresaban para poder presenciar, ahora sí, la definición de la final más relevante de la historia. Pero ese día el partido tampoco se jugó. El equipo visitante decidió, modificando radicalmente su postura del día anterior, no presentarse a jugar el partido. Tras esta nueva suspensión, el interrogante de si se jugaría el partido y dónde quedaba abierto y los medios de comunicación, guionados por las corporaciones del fútbol, se hacían un festín.
Muchas ciudades y capitales del continente ofrecieron sus estadios como sedes. El turismo crecería exponencialmente el fin de semana en que se decida disputar el partido y las ganancias de la cancha que pasaría a ser sede de la gran final serían exorbitantes. La decisión, por supuesto, sería política y la tomaría el Poder. No tendría que ver con la conveniencia de los equipos, la cercanía ni la facilidad para el acceso de los hinchas. Que se arreglaran…
Finalmente el acuerdo llegó y la final más final de todas tuvo su sede: una capital europea. Paralelamente a esta elección – ¿sin tener nada que ver una cosa con la otra?- el Presidente de la Nación del país de origen de los dos equipos que disputaban el partido firmó un decreto que beneficiaría económicamente al presidente del club que ofreció el estadio como sede. Algo de unas autopistas y peajes, constructoras, porcentajes favorables y un amplio etcétera.
Ahora sí, nos enfrentamos a una inmensa paradoja. La final de la copa más prestigiosa del continente americano se jugaría en Europa. En la capital de uno de los países invasores y saqueadores de ese continente. Con el pequeño aliciente que los hinchas que quisieran ver el partido deberían gastar una cantidad importante de dinero en el viaje en avión, el hospedaje, la comida, la entrada a la cancha, el cambio de moneda y demás gastos en los periplos que pudieran presentarse. Y además, como todo se trata de negocio, de vender, vender y vender, esta final de vuelta que debería recibir solamente a la parcialidad que fue visitante en el primer partido, recibiría a las hinchadas de ambos equipos. Claro, el marketing estaba asegurado: se enfrentaban a los ojos del mundo los dos equipos más poderosos del continente. La cancha dividida en dos. El resultado todavía en tablas. El vencedor sería el héroe indiscutido, el perdedor quedaría humillado para siempre. La gloria eterna en disputa. Nada más importaba. Las injusticias. Los reclamos de uno y de otro equipo. ‘Que queremos jugar en nuestra cancha, con nuestra gente y sin los visitantes’. ‘Que queremos que se suspenda el partido y nos den los puntos a nosotros’. La razón estaría marcada por la conveniencia económica. El partido nunca se suspendería porque eso no sería rentable. Y la oportunidad de mudar la final a otro sitio y vender entradas para todo el mundo, literalmente, a cualquier persona que quisiera presenciarlo – y pudiera costearlo- era muy tentadora.
La definición más demorada de la historia se jugó un día a principios de diciembre del 2018. Los equipos se sometieron a la extranjerización de las costumbres previas a cada partido. Las entrevistas obligatorias, las cámaras a centímetros de sus cabezas, el protocolo ultra formal de salida de los jugadores y algunas otras cosas a las que seguramente muchos de esos futbolistas no estaban acostumbrados.
El tono épico de ese partido estuvo en concordancia con las expectativas presentadas desde la organización y cumplieron altamente los objetivos del Poder. Nuevamente, el equipo que hizo de local –realmente de local- en la ida se puso en ventaja con un gran gol de su delantero. El equipo que tendría que haber hecho de local en el partido de vuelta, que ahora era visitante porque no era esa su cancha y porque había viajado miles de kilómetros para disputar el encuentro y encima no contaba con la totalidad de sus hinchas más fieles alentando en el estadio, empató el partido. Así terminó en los 90 minutos reglamentarios, con un resultado global de 3-3: empate 2-2 en América, empate 1-1 en Europa. El show continuaba. La final se definiría en un tiempo extra. Mejor imposible. Saldada y con creces la preventa de este espectáculo.
Sumados los 109 minutos disputados en esta oportunidad con los noventa anteriores, el partido seguía igualado a punto de cumplirse 200 minutos de la final más destacable de todas. De pronto, un rebelde, de esos que no conocen o no les importa lo que el negocio haya dispuesto en la previa del partido, emitió un torrente de fútbol desde su pie izquierdo que castigó el travesaño del arco y se incrustó en la red. Gol, festejo, alegría. La impureza, lo que sale de lo normal, lo que no se espera, lo que no está redactado en ningún lado, lo distinto, eso es lo que más me atrae de este deporte/juego/negocio millonario. Un empeine que impacta una pelota y lo cambia todo. Millones y millones de dólares en apuestas, en sponsors, en acuerdos, arreglos y sabrán Dios y el Diablo cuántas otras cosas más.
El partido siguió y los últimos 10 minutos fueron también el cierre perfecto para un espectáculo hecho a la medida de lo que se esperaba. Hubo situaciones de empatar el partido para quienes perdían y de definirlo para quienes lo ganaban. Hubo atajadas, despejes, malas elecciones, palos y córners. El último del partido, de hecho, fue ejecutado 3 veces. Se reiteraba por alguna disposición del árbitro que, seguramente tentado por el Poder, quería que el partido continuara. Hasta que se lanzó. El equipo que perdía tenía a todos sus jugadores esperando el centro, incluido su arquero, que hace minutos ya se había posicionado en el ataque, dejando su arco vacío. El centro fue despejado por el otro arquero, el que estaba en el arco que debía estar y aquel rebelde que lo había cambiado todo con su botín izquierdo hace unos 10 minutos, solo debió tirar la pelota hacia adelante, donde observó que uno de sus compañeros corría en solitario hacia el arco de enfrente.
-El número 10 corre solo para él gol. Alguien lo sigue, a lo lejos, y él sigue corriendo. Atraviesa todo el campo rival arriando la pelota con toques firmes y certeros. Corre y parece que correrá para siempre. Pero no. De pronto se encuentra con el arco vacío, despojado de todo guardián o defensor que pudiera interponerse entre él, la pelota y el gol. Solo tiene que acariciar, golpear delicadamente el balón con su pierna izquierda al medio del arco, que atraviesa la línea de gol y se convierte en leyenda-.
Lo demás serán solo palabras que de ninguna manera podrán reflejar lo que se vivió a continuación. Ni para un plantel ni para el otro; para los hinchas que viajaron a la capital europea a acompañar a sus equipos o los que se quedaron en su país de origen. Tampoco para quienes fueron a disfrutar el espectáculo, sin simpatizar preferentemente por alguno de los dos clubes. Tampoco conocemos con exactitud la inmensa movilización de dinero, acuerdos, manejos y poder que hubo en torno a esta final exiliada.
Este extraño e imborrable episodio sucedió hace algunos años. Conocemos algunos hechos, al campeón y al derrotado, el tanteador, las estadísticas, los pasajes vendidos y el incremento en las camas de hotel en la ciudad donde se desarrolló la final. Podemos averiguar cuánto pagaban las apuestas y de qué cuadro eran algunos de las personalidades emblemáticas que estuvieron en la cancha disfrutando el espectáculo. Hay muchas cosas que podemos contar, seguramente otras logremos averiguarlas. De lo que estamos seguros es que nunca jamás podrá repetirse lo que ocurrió en este partido final que comenzó en América y casi un mes después se definió a más de 10 mil kilómetros de distancia.

jueves, 26 de marzo de 2020

El pasaje a crack


¿Cómo se pasa de ser un futbolista común y ordinario a ser el crack del equipo, el mimado de la hinchada? ¿Cuál es la fórmula mágica para despertar la ovación con tan solo entrar en la cancha? ¿Cómo se genera esa exaltación en el hincha que aumenta la fuerza en su grito y la velocidad del choque de sus palmas cuando la voz del estadio anuncia su nombre?
 El pasaje a crack recorre distintos caminos. Uno más largo, más costoso, que implica años de dedicación y carrera con los mismos colores. Es a base de esfuerzo, de camisetas empapadas en sudor, de rodillas magulladas y corazones entregados en cada partido, en cualquier estadio. Este crack es necesario, tiene que jugar todos los partidos, torneos, copas, amistosos…todos. Es líder, emblema, voz de mando y técnico dentro de la cancha. Carga con las mayores responsabilidades de su equipo. El reconocimiento que obtiene este tipo de crack es eterno. Es un amor fiel e incondicional. No importa si en algún momento baja su nivel, porque sucede. Lo que importa es la historia que deja en su camiseta. En la mayoría de los casos, estos cracks saben retirarse a tiempo. Saben cuándo es el momento para otros, para algún futbolista más joven y más ambicioso. Porque estos tipos de cracks no lo son solo en la cancha, sino que en todo lo demás.
Otro de los caminos hacia la conversión en crack implica un extenso trayecto cargado con numerosas ocasiones para demostrar su talento. No va a ser el más rudo, ni el que más le hable a sus compañeros. Tampoco el que más corra. Será el encargado de levantar a la hinchada con caños, amagues, quiebres de cintura, asistencias milimétricas, tacos, chilenas y todo lo que quepa en su repertorio.  Este crack se va formando a través del encanto, enamorando a su gente, regalándoles buen fútbol. Es el que despierta el deleite en el hincha. Enciende la llama, levanta el ánimo, nos gusta y enamora. Nos da alegría verlo jugar, verlo bailar en la cancha. Aplaudimos y gritamos como groupies de estrella de rock cada vez que se saca un tipo de encima, cada vez que quiebra su cintura. Nos excitamos cuando lanza ese pase milimétrico para asistir al compañero y nos rendimos a sus pies cuando tira un caño, levanta la cabeza y la clava al ángulo. El crack adorado va a estar en nuestros corazones por mucho tiempo porque nos conquista con la pelota, su varita mágica.
Aunque no todo es sacrificio y habilidad en los viajes hacia el crackariato. Existen aquellos que de un salto recorren todo el trayecto, sorteando tanto la lírica como la mística. De un momento a otro, inesperadamente, se convierten en aquella figura que tantos anhelan ser. Estos afortunados requieren ante todo un escenario ideal. Clásicos, copas, finales. Desafíos específicos para alcanzar la gloria. Son los cracks de los goles importantes, de las actuaciones determinantes. El reloj también es un factor esencial en el nacimiento de este tipo de crack. Mientras  más cercano al final del partido sea su gol o su hito, más fuerza tendrá su nombramiento. No importa aquí ni su talento ni su sacrificio en los partidos anteriores. No, lo que importa es que fue él y no otro quien con su astucia desató esa euforia incomparable en la vida de este deporte que te produce vencer a tu rival predilecto, cumplir objetivos y levantar trofeos. El grito de gol, como rugido leonino, penetrando por sus oídos en su piel, corriendo esa carrera eterna del festejo, transformando lágrimas en sonrisas son los actos de consumación de este crack. Un crack instantáneo, que cuenta con el apoyo unánime de una parcialidad endulzada. Dependerá de su carácter y su confianza mantener encendida esa llama.
Así, sea cual fuera el camino que haya transitado, el crack es un ser único, iluminado. Y si llegó a su destino es porque llegó a ser quien es. Porque el crack nace crack, solo es cuestión de esperar qué tanto recorrido deba transitar. Mientras tanto, disfrutemos su camino.

sábado, 21 de marzo de 2020

Taller de la gastada


Para acceder a este taller es importante recordar que durante la semana previa NADA se dice respecto al partido que se viene. Es preciso mantener un perfil bajo. Si son otros quienes sacan el tema, tendremos que recurrir a la tan conocida anti mufa y responder: “No jugamos a nada nosotros, nos van a romper el culo”. Me detengo aquí porque es muy importante remarcarlo. Es necesario creer que así va a ser, para que el otro también lo crea. Acá no cuenta eso de la confianza y seguridad, porque no somos nosotros los que vamos a jugar el partido, al menos no con la pelota. Mientras más le auguremos una victoria de su equipo, rotunda y apabullante, mejor efecto surtirá lo aprendido en este taller.
Nuestro equipo ganó y nos encontramos con él, ella o ellos en un sitio con la posibilidad de cruzar unas palabras de forma tranquila. Sitio tranquilo. Recordarlo. Es fundamental que no se trate de un lugar con música muy alta ni una fiesta con mucha gente en la que se atropellan para hablar. La gastada, como todo tipo de arte, tiene que ir gestándose poquito a poco. Nuestra orientación no es la del burdo “Les rompimos el orto, amargos”, palmadita en la espalda y seguir viaje. Paciencia para los más eufóricos, la puteada siempre tiene su lugar solo es necesario encontrarle su tiempo.
Entonces, una vez que nos encontramos con la persona o grupo de personas a gastar debemos ir acercándonos lentamente. Todavía sin tener contacto visual, pero mostrándonos. Vamos a mostrarnos serenos, altos, inflados y seguros. Vamos a producir una sonrisita en la cara, lo suficientemente pronunciada para que se note, pero sin mostrar los dientes; ese es el límite.
El siguiente paso es tomar asiento junto al grupo o individuo a cargar. En su defecto quedarse de pie, aunque siempre es preferible sentarse, demuestra aun mayor tranquilidad. En ese momento, sacaremos un tema ‘X’ que no sea el deportivo e irá dirigido a otra persona que no sea la del equipo derrotado. Una charla amena, llevadera, pero simple, sin mucha profundidad. No hay que perder de vista que el tema central va a ser el fútbol.
Poco a poco, ir llevando la conversación al terreno futbolístico. Si un tercero es quien saca el tema, mejor, mucho mejor. Ahora, aquí lo importante son los gestos, el semblante del rostro. Nos mantendremos asintiendo sin decir palabra alguna cuando el entorno esté comentando la gran victoria de nuestro equipo por sobre el de nuestro chivo expiatorio. Los más sedientos, los que buscan mayor sufrimiento, pueden meter bocadillos alegando a la suerte, a cuestiones extra futbolísticas y mirar de reojo como la vena del cuello de nuestro rival va inflándose de sangre.
Nuestra participación activa va a comenzar cuando el resto del grupo ya haya acabado con el tópico en cuestión y antes de que se pase a otro. No importa repetir conceptos ya pronunciados, el meollo de la cargada es amplificar nuestra victoria al nivel del mundial México ’86; Despacharse con un monólogo tan confianzudo y complaciente como, ahora sí, si nosotros mismos hubiésemos conseguido la victoria en la cancha. Glorificar a nuestros jugadores, a nuestro director técnico, a nuestra dirigencia y al poder de nuestra hinchada. Somos todo y ellos nada. Este punto es importante, porque aunque digan lo contrario y quieran demostrar que no, es así como se sienten. Nosotros ganamos, somos todo. Ellos perdieron y no son nada.
Ahora bien, antes o después de esto, eso varía ante cada objetivo gastado, habrá un choque entre ellos y nosotros. Los argumentos ya los conocemos y están de más. Como dicen, la única verdad es la realidad, no hay merecimientos, ni nobles intenciones.  Lo que puedan refutarnos no tendrá efecto en nuestra oratoria, en nuestro discurso victorioso. El punto de ebullición, el pasaje de un mero enojo o malestar a la ira descontrolada en nuestro gastado, la produciremos con risas. Humillantes carcajadas ante las sandeces que pretenda esgrimir el rival vencido. Porque no ha de olvidarse nunca este detalle inmenso: Desde el vamos, estamos discutiendo con un rival vencido. Es necesario mantener la calma en todo momento, ya que el menor indicio de bronca por nuestra parte puede hacer tambalear todo lo producido hasta el momento. Recuerden, él ya perdió, todo este asunto es para ahondar en su derrota y vanagloriarse de eso.
Luego, el límite es personal. Desde aquí no fomentamos la agresión física, pero tampoco podremos evitar que suceda. Cada uno conocerá a su gastado y sabrá si debe parar y dónde hacerlo. Lo que si exigimos desde el taller es no tocar otras temáticas fuera del deporte. Nos dedicamos exclusivamente a la cargada futbolística. Cuestiones personales, políticas, religiosas, monetarias, cuáles sean, quedan prohibidas. Después de todo, el fútbol es sólo un juego, ¿o no?
Mi último consejo, disfruten la gastada. Si realmente logran que sea placentera para ustedes, es cuando mejor va a salir. Todo puede simularse, estudiarse y prepararse, pero la felicidad en el rostro es auténtica. Nada podrá modificarla. El objetivo del taller de la gastada es hacer enojar al otro, pero el motor para que esto ocurra es el disfrute propio. Lúzcanse.