¿Cómo se pasa de ser un futbolista común y
ordinario a ser el crack del equipo, el mimado de la hinchada? ¿Cuál es la
fórmula mágica para despertar la ovación con tan solo entrar en la cancha?
¿Cómo se genera esa exaltación en el hincha que aumenta la fuerza en su grito y
la velocidad del choque de sus palmas cuando la voz del estadio anuncia su
nombre?
El
pasaje a crack recorre distintos caminos. Uno más largo, más costoso, que implica
años de dedicación y carrera con los mismos colores. Es a base de esfuerzo, de
camisetas empapadas en sudor, de rodillas magulladas y corazones entregados en
cada partido, en cualquier estadio. Este crack es necesario, tiene que jugar
todos los partidos, torneos, copas, amistosos…todos. Es líder, emblema, voz de
mando y técnico dentro de la cancha. Carga con las mayores responsabilidades de
su equipo. El reconocimiento que obtiene este tipo de crack es eterno. Es un
amor fiel e incondicional. No importa si en algún momento baja su nivel, porque
sucede. Lo que importa es la historia que deja en su camiseta. En la mayoría de
los casos, estos cracks saben retirarse a tiempo. Saben cuándo es el momento
para otros, para algún futbolista más joven y más ambicioso. Porque estos tipos
de cracks no lo son solo en la cancha, sino que en todo lo demás.
Otro de los caminos hacia la conversión en crack
implica un extenso trayecto cargado con numerosas ocasiones para demostrar su
talento. No va a ser el más rudo, ni el que más le hable a sus compañeros.
Tampoco el que más corra. Será el encargado de levantar a la hinchada con
caños, amagues, quiebres de cintura, asistencias milimétricas, tacos, chilenas
y todo lo que quepa en su repertorio.
Este crack se va formando a través del encanto, enamorando a su gente,
regalándoles buen fútbol. Es el que despierta el deleite en el hincha. Enciende
la llama, levanta el ánimo, nos gusta y enamora. Nos da alegría verlo jugar,
verlo bailar en la cancha. Aplaudimos y gritamos como groupies de estrella de
rock cada vez que se saca un tipo de encima, cada vez que quiebra su cintura.
Nos excitamos cuando lanza ese pase milimétrico para asistir al compañero y nos
rendimos a sus pies cuando tira un caño, levanta la cabeza y la clava al
ángulo. El crack adorado va a estar en nuestros corazones por mucho tiempo
porque nos conquista con la pelota, su varita mágica.
Aunque no todo es sacrificio y habilidad en los
viajes hacia el crackariato. Existen aquellos que de un salto recorren todo el
trayecto, sorteando tanto la lírica como la mística. De un momento a otro,
inesperadamente, se convierten en aquella figura que tantos anhelan ser. Estos
afortunados requieren ante todo un escenario ideal. Clásicos, copas, finales.
Desafíos específicos para alcanzar la gloria. Son los cracks de los goles
importantes, de las actuaciones determinantes. El reloj también es un factor
esencial en el nacimiento de este tipo de crack. Mientras más cercano al final del partido sea su gol o
su hito, más fuerza tendrá su nombramiento. No importa aquí ni su talento ni su
sacrificio en los partidos anteriores. No, lo que importa es que fue él y no
otro quien con su astucia desató esa euforia incomparable en la vida de este
deporte que te produce vencer a tu rival predilecto, cumplir objetivos y
levantar trofeos. El grito de gol, como rugido leonino, penetrando por sus
oídos en su piel, corriendo esa carrera eterna del festejo, transformando
lágrimas en sonrisas son los actos de consumación de este crack. Un crack
instantáneo, que cuenta con el apoyo unánime de una parcialidad endulzada.
Dependerá de su carácter y su confianza mantener encendida esa llama.
Así, sea cual fuera el camino que haya
transitado, el crack es un ser único, iluminado. Y si llegó a su destino es
porque llegó a ser quien es. Porque el crack nace crack, solo es cuestión de
esperar qué tanto recorrido deba transitar. Mientras tanto, disfrutemos su
camino.
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