lunes, 6 de abril de 2020

La historia del aguante


No muchos lo querían al pibe. Mejor dicho, pocos. En épocas donde las redes sociales no tenían la dimensión de hoy día, había que charlar con la gente para saber lo que pensaba.  Yo iba a la cancha siempre al mismo lugar, por lo tanto, veía siempre las mismas caripelas, con algunas excepciones. A veces tiraba algún chamuyo para ver quién picaba: “Che, hoy en Reserva metió 4 pepas el pibe Leyría”. Algunos se enganchaban y no lo podían creer. Otros, ni bola. Los más sensatos me daban vuelta la torta ahí nomás. “Juega mañana la Reserva, flaco”. En definitiva, lo que yo les decía, lo que quería que entendieran, es que el pibe era bueno. Era bueno enserio. Le faltaba algo de chispa, un golpe de horno tal vez, meter más bochas de las que erraba, pero tenía 17 pirulos nomás. Era un pibe y se bancaba los embates de Ferreyra y Peñaloza en los entrenamientos como un titán. Guardaba la pelota en un cofre el pibe y en dos baldosas te dejaba desparramado mirando el cielo. No, si era bueno enserio te digo.  No todos ven la jugada completa, sino que se quedan con el gol o con el que dio la asistencia. Pero el pibe Leyría participaba en todas. Metía, corría, sacaba, saltaba, ganaba de arriba, aguantaba de abajo y jugaba como la reina en el ajedrez, para todos lados. Mirá que lo fajaban al pibe, eh. Pero se la bancaba como Russel Craw en el Gladiador. Recibía de todas partes y cuando lograban voltearlo, el pibe se levantaba como si nada y se iba derechito al área a buscar el centro. Ni mu, decía.  ¿Eso no me lo reconocen, che? Una vez un tío mío me dijo, “un jugador al que le pegan tanto es porque está mucho en contacto con la pelota”. Corta. Y el pibe Leyría estaba con la pelota. La entretenía, la cuidaba, la trataba con delicia y generosidad. Cómo no me iba a gustar un pibe así. 
Jugábamos sábado a la noche, partido picante por ubicación en tabla y por la rivalidad natural con Ferroviarios del Este. Primer tiempo nos fuimos al descanso perdiendo por 2. Al toque que empezó la segunda parte nos rajaron a nuestro número 5, el ‘Candyman’ Garcilazo, por un patadón de atrás. El deté, desesperado, hizo los 3 cambios juntos. Iban 5 minutos del segundo tiempo. Ya era un papelón, pero encima se lesionaba alguno e íbamos derechito a la masacre total. Buen, cuestión que entre esos 3 cambios entró el pibe Leyría. Yo estaba cerca del banco. Lo llené de elogios y motivación al pibe. Que vos podés, vos lo das vuelta, jugá como sabés y todas esas cosas le dije. El técnico, textual, lo escuché, le tiró: “movete por todo el frente de ataque”. Una sonrisa picarona y cómplice me dedicó el pibe Leyría mientras yo miraba al técnico con la boca abierta. ¡Qué indicación original! Bua, en fin. El pibe entró y la rompió toda.  A los 10 minutos robó una bocha en campo rival, gambeteó un tipo, se metió en el área y le hicieron penal. Lo pateó Galindez, nuestro 9, y le rompió el arco para el descuento. Estaba encendido enserio el pibe. Cada vez que recibía, encaraba y pasaba y dejaba algún compañero mano a mano con un pase clínico. A los 20’ tiró un caño cerca de mitad de cancha, pasó y volvió. Cuando se frenó, el rival que había sufrido el túnel, Reynoso creo que se llamaba, pasó de largo, pero le estroló una trompada en el pecho. Como borracho malo que aun rendido quiere seguir armando bardo. Roja directa. Quedábamos 10 contra 10. Ahora se me estaban animando todos con el pibe, pero yo nada, calladito, metido en el partido y sin nada de esa perorata de “te lo dije”, ni mucho menos. Los jugadores rivales también se estaban avivando que el pendejo de 17 años los estaba pasando como bicicleta embalada en embotellamiento de autos. Se apiolaron y empezaron a darle. En una durísima casi me lo lesionan al pibe. Le dieron un zancazo de atrás en el tobillo y el referí no sacó ni amarilla. Pero Leyría no iba a salir a menos que le amputaran la pierna. Siguió jugando. Casi a los 35 minutos cobraron un ful para nosotros, cerca del área, pero bastante abierto. El pibe Leyría, caradura y atrevido, se lo pidió a nuestro 10. Metió un bochazo divino al corazón del área que no sé quién rozó y terminó en el empate. Faltaban 10 minutos y ahora todos pensábamos que lo podíamos dar vuelta. ¿De la mano de Suarez, nuestro 10? Naa. ¿Por los goles de Galindez, nuestro goleador? Tampoco. Si lo dábamos vuelta era pura y exclusivamente por obra y gracia del pibe, del pibe Leyría, la joya de inferiores, nuestro diamante en bruto que ya empezaba a sacar lustre.
“Corta en el medio Molinari, le queda la pelota a Leyría que arranca para adelante a una velocidad impresionante. Ojo que quedó mal parado Ferroviarios, eh. El pibe toca con Suarez y va a buscar la pared. Se le va largo el pase a Suarez, pero llega Leyría, sí, llegó a controlar la pelota. Se le acerca el topo Rodríguez a marcarlo, lo quiere llevar contra la línea. No tiene descarga el pibe. Amaga que va para afuera y se mete para adentro, se la lleva impresionante Leyría y empieza a cerrarse. Se acerca al área, tira una bicicleta que deja despistado a Lemos, engancha frente a Torres, lo dejó pintado, mirá. Queda de cara al arquero, qué hace Leyría, probó una emboquillada, mamita, exquisito, se cola por arriba del arquero que se estira y no llega, es el tercero, sí, gol. ¡Gooooooool!, pero que pedazo de gol que hizo el pibe Leyría, por favor, descomunal la calidad de este joven de 17 años. Una soltura para llevar la pelota, una decisión para encarar y dejar a los rivales atrás y una frialdad de asesino serial para definir por encima del arquero. El partido 3-2 y la cancha es una fiesta”
Podría cerrar esta historia sobre el aguante aquí, con este relato. Endiosarlo al pibe, engrandecerlo. Pero no. Aquello no sucedió más que en mi cabeza. Faltando 5 minutos se generó un mano a mano dejando desairado al defensor que lo vino a marcar. Quedó solo con el arquero, que lo achico bien. El pibe Leyría amagó a rematar al palo derecho, pero en vez de patear se llevó la pelota para adelante, dejando clavado al arquero y con el arco vacío a disposición. No fue gol: Se le fue un poco larga. La llegó a controlar, pero ya estaba sin ángulo y cuando quiso definir, la pelota dio en el palo y se fue al saque de arco.
Para colmo, en tiempo de descuento, Ferroviarios tuvo un córner y nos dormimos todos. Lemos, el 2 de ellos, saltó más alto que cualquiera y de pique al piso nos la mandó a guardar. Lo perdimos. Pitazo final y todos re calientes.
No es el mejor cierre para contar por qué banco tanto a este pibe. No tiene un final feliz, es cierto. Pero el aguante no tiene porque tenerlo. No alentamos solo cuando vamos ganando como tampoco bancamos a un jugador solamente cuando le salen todas. Eso sería fácil. Aguantar es saber esperar. Es tener paciencia. El pibe es un crack. Tiene condiciones de sobra, tiene actitud. No está teniendo suerte. Ya la va a tener. Y ahí sí, cuando todos se compren las camisetas del pibe Leyría, se saquen fotos con él, y lo entrevisten de todas las radios del país, ahí sí voy a tener el placer de decir, yo a este pibe lo banco desde siempre.