martes, 27 de agosto de 2013

La vida y todo lo demás


El pelo cano y grasoso le tapa la mayor parte de las facciones de su cara. La barba tupida le sobresale, como queriendo abandonarlo. Viste con lo que alguna vez fue un traje negro, ahora sucio y deshilachado, y sin calzado en los pies. Un reloj roto lo acompaña en su muñeca izquierda que junto a un pequeño anotador y un lápiz sin punta constituyen sus únicas posesiones materiales. Sus ojos, negros como el carbón, hablan sin decir palabras. Indignación, ira, resignación y tristeza son los sentimientos que se mezclan en esa mirada firme y, al mismo tiempo, casi perdida.
Juan Q. era un hombre pleno, contento con su vida. Sin tenerlo todo, pero sí con  sus necesidades básicas satisfechas y logrando cumplir sus principales objetivos, se consideraba un persona feliz. Contaba con un buen trabajo, un departamento aceptable por el cual no debía pagar una fortuna y una novia que lo amaba. Juan Q. era sumamente gracioso y perspicaz. Tenía un don natural para hacer reír a la gente. En las reuniones sociales, siempre era el centro de atención y le gustaba que así fuese. Este carisma tan propio que lo destacaba del resto fue lo que lo llevó a concretar el gran cambio en su vida.
En una fiesta de fin de año de su empleo, conoció a un empresario televisivo muy famoso que quedó maravillado con la ocurrencia y la gracia de Juan Q. Tras diversas promesas de gloria, mujeres, dinero y fama, comenzaron las negociaciones entre ambos individuos. Los proyectos no tardaron en concretarse y así Juan Q. comenzó a trabajar para lo que había nacido. Y era bueno. Demasiado bueno, en realidad.
Juan Q. es hoy en día un hombre desahuciado, desdichado. Su simpatía y su carisma se fueron junto con sus ganas de volver a sonreír. Su trabajo es el reclamo. Su oficina es una esquina del microcentro porteño. Su computadora es un cartel escrito con marcador. Y su casa, cualquier acera en la ciudad.
Juan Q. fue engañado, fue vilmente manipulado por un hombre y una empresa que lo privaron de todos los beneficios que le correspondían por la labor asignada. Entregó todo su talento y esfuerzo para darle al programa televisivo que lo había contratado un reconocimiento pocas veces visto en nuestro país. Sus ideas, bromas y sketchs revolucionaron la pantalla y se convirtieron en poco tiempo en las más seductoras ante la elección del televidente. Claro que bajo el rótulo de otra persona…
Cuando Juan Q. pretendió levantar acciones legales frente a sus contratistas se produjo la tormenta. Gastó todo su dinero en abogados y juicios, pero el imperio que tenía enfrente era inmune a estas leyes hechas para hombres normales, como Juan Q. Así, perdió su departamento, poco a poco se fue terminando su relación amorosa y jamás tuvo el apoyo de una familia ausente, amigos o ex compañeros laborales, porque sabían a qué monstruo se enfrentaban.
De esta manera, Juan Q. es el principal idóneo de un programa televisivo que factura millones de pesos y por el cuál no es reconocido. Juan Q. duerme en la calle y come de restos que encuentra en la basura. Decididamente fue condenado, por su perseverancia y su confianza. Fue condenado por una industria que se alimenta de las esperanzas de la gente y las deglute para saciar su hambre codiciosa. Y escupe esa esperanza, así como también desecha todo lo que no le sirve más para su crecimiento económico. Y es esta industria, egoísta y avara, cruel y miserable, la que dejó a Juan Q. en el lugar donde está.
Es por eso que Juan Q. espera todos los días una respuesta, una solución. Espera que le presten un poco de atención al cartón que lleva consigo y que reza: “Marcelo Tinelli me estafó y arruinó mi vida”.

martes, 13 de agosto de 2013

Introducción a la serie de Charlie Parker, de John Connolly


“El mundo es una colmena”


El autor de esta apasionante serie de policial negro con dejos de novela fantástica (“novelas de misterios” las llama él), parte de aquella premisa para narrar sus obras. Personajes oscuros, historias desgarradoras y lugares tenebrosos que se conjugan generando una intensa atracción al lector que definitivamente, al conocer los sucesos que se desarrollan en los libros, comienza a apreciar su vida de otra manera.

John Connolly es el gestor de esta serie de once ejemplares tutelados bajo el manto de Tusquets Editores en lengua castellana. Nacido en Dublín, Irlanda, este novelista de 45 años ha dado que hablar a los diferentes medios internacionales haciéndose acreedor de diferentes premios a la literatura en lengua inglesa. Sus novelas transcurren por los diferentes estados de Norteamérica, principalmente Maine, y los personajes implicados en sus páginas suelen ser personas con serios problemas psicosociales o seres a los que el mundo les dio la espalda.

El principal protagonista de la serie es el detective Charlie Parker, un atormentado ex-policía de Nueva York cuya concepción moral reside en hacer el bien y castigar el mal, aunque esta combinación no termine siempre de la mejor manera.

En la primera novela, Every Dead Thing (“Todo lo que muere”), nos encontramos con un Parker bebedor y fracasado. Una noche, al regresar a su casa, se encuentra con que su mujer y su pequeña hija habían sido brutalmente descuartizadas y asesinadas. Este hecho cambia significativamente la vida del detective, quien continúa sólo con ánimo de venganza y sangre. El autor juega mucho con esta dualidad de Parker, entre ser un hombre normal que trata de conseguir un poco de justicia para “la colmena que es este mundo” y un hombre cruel y sanguinario, donde cualquier excusa es buena para matar, matar y volver a matar.

Charlie Parker atraviesa diversos estados de ánimo durante las once partes de la obra de Connolly. Amigos, intereses, traiciones, viajes, batallas internas, guerras externas y todo tipo de fenómenos atravesados por la misma línea: la violencia. El detective trata de rehacer su vida, buscando la tranquilidad de una familia que lo acompañe, pero es esa violencia, siempre presente en su vida, lo que lleva a este hombre a volver a caer siempre en lo que es: un hombre violento. Esta conducta es una parte esencial de su vida y la necesita como ésta lo necesita a él para expresarse.

En las diferentes historias de vida y muerte en las que se ve involucrado Charlie durante el transcurso de las novelas, no podemos obviar a otros dos personajes centrales como lo son Ángel y Louis, una pareja de delincuentes homosexuales que acompañan al detective en sus innumerables conflictos.  Pero definir a Ángel y Louis en conjunto, solamente como una pareja que auxilia al personaje central, seria faltarles el respeto.

Ángel es un ladrón de casas profesional, un experto en el arte de abrir cerraduras e intrometerse en hogares de extraños para saquearlos. Conoce a Parker de cuando era policía y lo ayuda durante una estadía en prisión, alejándolo de abusadores y sádicos que podrían haberlo asesinado. El perfil de Ángel es bastante complejo; No es un hombre violento de por sí, aunque mediante se afiance su relación con Parker y los hechos desagradables que este hombre atrae, se irá convirtiendo en un justiciero vengativo, saldando cuestiones de su pasado e impidiendo que se repitan en un futuro.

Louis es un asesino a sueldo (aunque la definición podría acabar en asesino, simplemente) que antiguamente trabajaba para una organización especializada en dichas tareas, pero que en la actualidad se encuentra trabajando por su cuenta. Hombre intimidante, un negro robusto y extremadamente pulcro y elegante, Louis sí lleva la sed de sangre en su naturaleza, con un pasado oscuro que lo condena a ser quien es y a hacer lo que hace. Este personaje tan peculiar es una verdadera arma mortal, una máquina de planificar y concretar asesinatos, una persona que nadie quisiese tener en su contra.

Además de la enorme cantidad de violencia, muertes, frustraciones y horror que se desarrollan en los libros de Parker, el autor plantea continuamente un tema de índole moral. Trata de conseguir una reflexión a los interrogantes ¿Está bien matar para evitar otras muertes? O ¿Lastimar para prevenir futuros sufrimientos? Y ¿Quién debería ser el responsable de dichos actos? ¿Quién cargará con el peso de esas almas?

Por esto y por muchas cosas más que, en mi humildad de cronista no debo ni puedo contar, es una tontería no leer los libros de John Connolly y no compartir y sentir un poco de la violencia de Charlie Parker.

“Este mundo es una colmena, un panal donde cada celdilla está unida a la siguiente, cada vida entrelazada inextricablemente a las vidas de los demás. La pérdida de uno solo reverbera en la totalidad, alterando el equilibrio, cambiando el carácter de la existencia de ínfimas e imperceptibles maneras.”[1]


Todos los títulos de la serie de Charlie Parker:


  • Every Dead Thing (1999) “Todo lo que muere” (2004)

  • Dark Hollow (2000) “El poder de las tinieblas” (2004)

  • The Killing Kind (2001) “Perfil Asesino” (2005)

  • The White Road (2002) “El Camino Blanco” (2006)

  • The Black Angel (2005) “El Ángel negro” (2007)

  • The Unquiet (2007) “Los Atormentados” (2008)

  • The Reapers (2008) “Los Hombres de la Guadaña” (2009)

  • The Lovers (2009) “Los Amantes” (2010)

  • The Whisperers (2010) “Voces que susurran” (2011)

  • The Reflecting Eye (2004) “Más allá del espejo” (2011)

  • The Burning Soul (2011) “Cuervos” (2012)

  • The Wrath of Angels (2012) (sin traducción al español)









[1] “Perfil Asesino” (marzo de 2005) Epílogo. Tusquets Editores. Colección Andanzas.

jueves, 8 de agosto de 2013

Entrevista a Obdulio Varela

ENTREVISTA A OBDULIO VARELA

“Si ahora tuviera que jugar otra vez
 esa final, me hago un gol en contra.”

El capitán y figura del seleccionado uruguayo de fútbol habla de todo: sus comienzos, la final contra Brasil, sus sensaciones posteriores y el manejo del fútbol.

-          ¿Cómo fueron sus primeros pasos futbolísticos?
-          Yo empecé a jugar fútbol por casualidad. Un día me invitaron a jugar un partido de barrio, ganamos y me quedé en el equipo. Empecé a jugar en un club de intermedia, hasta que un día me avisaron que me habían vendido al Wanderers.

-          ¿Qué recuerdos tiene en ese equipo y cuándo llegó al Peñarol?
-          Debuté en el Wanderers contra River Plate y perdimos, pero después le ganamos a Bella Vista. Por fin, en el estadio Centenario, jugamos contra Peñarol. Ellos tenían un cuadrazo, pero les ganamos 2 a 1, y una vez que subimos, no bajamos nunca más. Estuve cuatro años en el Wanderers y en 1943 pasé a Peñarol, donde me quedé hasta 1955, cuando largué el fútbol.

-      ¿Cuáles eran sus expectativas antes de disputar la final del Mundial de 1950, contra Brasil?
-       Los brasileños venían matando. Cuando fuimos a la final nadie dudaba de que ellos nos aplastarían. Tenían un cuadro bárbaro, eran locales y el mundo entero esperaba que ganaran el Mundial. Nosotros jugábamos, puede decirse, contra todo el mundo.

-          ¿Sentía realmente que su equipo era capaz de vencer a la selección brasileña?
-       Debíamos tener tranquilidad, ya que nuestra responsabilidad era menor. Recuerdo que un dirigente uruguayo dijo que con llegar a la final ya debíamos estar satisfechos y que ahora se trataba de evitar el papelón, de no tragarse una goleada muy grande. Yo me indigné y le dije: “Si entramos vencidos mejor no juguemos. Estoy seguro de que vamos a ganar este partido. Y si no lo ganamos, tampoco lo vamos a perder por cuatro goles”.

-          Usted era un jugador de experiencia y muy respetado dentro del grupo ¿Cómo fue su rol de liderazgo? ¿Qué consejos pudo darle a sus compañeros?
-        Sí, yo tenía 33 años y muchos internacionales encima. Los otros muchachos del equipo eran jóvenes, pero jugaban bien al fútbol. Teníamos que darnos cuenta que se le podía ganar a Brasil. Ellos tienen mucho miedo de jugar contra los uruguayos o los argentinos. Cuando íbamos para el túnel, les dije a los muchachos: “Salgan tranquilos. No miren para arriba. Nunca miren a la tribuna; el partido se juega abajo.”

-          ¿Qué sensaciones tuvo durante el partido? ¿Cómo vivió el desarrollo dentro de la cancha?
-          La cancha era un infierno. Cuando salimos eran más de cien mil personas silbando. En el primer tiempo dominamos en buena parte nosotros, pero después nos quedamos. Faltaba experiencia en muchos de los muchachos. La cosa no era tan brava, el asunto era no dejarlos tomar el ritmo demoledor que tenían. En el segundo tiempo salieron con todo. Pensé que si no los parábamos, nos iban a llenar de goles. Empecé a marcar de cerca, a apretarlos, para tratar de jugar de contraataque. Ahí nos metieron el gol. Parecía el principio del fin.

-         ¿Cómo consiguieron mantener la calma en ese momento y finalmente dar vuelta el partido?
-         Después de ese gol, todos vieron que yo agarraba la pelota y me iba para el medio. Lo que no saben es que yo iba a pedir un off-side. Sabía que el referí no iba a atender el reclamo, pero era una oportunidad para parar el partido y había que aprovecharla. Me fui despacito y por primera vez miré para arriba, al enjambre de gente que festejaba el gol. Tardé mucho en llegar a la mitad de la cancha. Querían ver funcionar a su máquina de hacer goles y yo no la dejaba arrancar de nuevo. Entonces, en vez de poner la pelota en el medio, lo llamé al referí y pedí un traductor. Mientras vino, le dije que había off-side y otras cosas. Había pasado por lo menos otro minuto. Cuando empezamos a jugar de nuevo, ellos estaban ciegos, no veían ni su arco de furiosos que estaban; todos nos dimos cuenta que podíamos ganar el partido.
El jugador tiene que ser como el artista: dominar el escenario. O como el torero, dominar el ruedo y al público, porque sino, el toro se le viene encima

-          ¿Qué sentimientos experimentó al momento de salir campeón?
-    Cuando hicimos el segundo gol no lo podíamos creer. ¡Campeones del mundo, nosotros, que veníamos jugando tan mal! Al terminar el partido estábamos como locos. En Brasil había duelo. Los cajones de cañitas voladoras flotaban en el mar. Era una desolación.

-     ¿Qué reacción tuvo ante tal decepción brasileña? ¿Cómo vio usted a la gente en Río de Janeiro después de este fracaso mundialista?
-          Estaban llorando todos. Parecía mentira; todo el mundo tenía lágrimas en los ojos. Yo los miraba y me daban lástima. Ellos habían preparado el carnaval más grande del mundo para esa noche y se lo habíamos arruinado. Me sentía mal. Hubiera sido lindo ver ese carnaval, ver como la gente disfrutaba con una cosa tan simple. Nosotros habíamos arruinado todo y no habíamos ganado nada. Teníamos un título, pero ¿qué era eso ante tanta tristeza?

-          Entonces, ¿cambiaría algo de lo sucedido en aquella final?
-          Si ahora tuviera que jugar otra vez esa final, me hago un gol en contra, sí señor. No se asombre. Lo único que conseguimos al ganar ese título fue darle lustre a los dirigentes de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Ellos se hicieron entregar medallas de oro y a los jugadores les dieron unas de plata.

-   ¿Qué conclusión obtiene a través de las experiencias vividas a lo largo de su carrera profesional?
-       Ahora estoy muy arrepentido de haber jugado. Si tuviera que hacer mi vida de nuevo, ni miro una cancha. El fútbol está lleno de miseria. Dirigentes, algunos jugadores, periodistas, todos están metidos en el negocio sin importarles la dignidad del hombre.

-         ¿Cuáles fueron las cosas que más le afectaron de este manejo dirigencial y periodístico que se evidencia, incluso en la actualidad, del fútbol?
-     Muchas cosas me dolieron. Los periodistas se metieron en mi vida privada. Me atacaron mucho durante la huelga de jugadores. Desde entonces me encapriché y me negué a salir en las fotos que tomaban al equipo en la cancha. Una vez los cronistas hicieron un planteo a Peñarol y el club me llamó para convencerme de que tenía que salir en las fotos. Entonces les pregunté: “¿Para qué me contrataron? ¿Para sacarme fotos o para jugar al fútbol?”. Desde ahí no quise saber más nada con dirigentes ni con periodistas.

-      El fútbol ha tomado más relevancia por sus negocios millonarios que por el deporte en sí. ¿Cómo analiza, por lo tanto, su carrera como jugador profesional?
-     Yo sé que hay que ganarse la vida, pero no hay motivo para ensuciar a los demás. A mí me castigaron mucho y no lo aguanto. No vale la pena poner la vida en una causa sucia, contaminada. El que se sienta capaz, que lo haga. Algún día tendrá que rendir cuentas; entonces sabremos quién es quién y si valía la pena ensuciarse. Yo no volvería a acercarme a una cancha aunque me ofrecieran millones.


El Mundial de Fútbol de 1950 se realizó en Brasil luego de un paréntesis de 12 años debido a la Segunda Guerra Mundial. El público local estaba muy entusiasmado con su equipo, que goleaba a sus rivales y seguía firme su camino hacia la obtención del título. El partido definitorio, contra Uruguay, se jugó en el estadio Maracaná frente a más de 200 mil personas. El encuentro lo comenzó ganando Brasil, pero los uruguayos lo dieron vuelta y salieron campeones. La decepción fue enorme y el maracanazo, como se conoció a ese partido, fue considerado el fracaso más grande de Brasil en la historia. Si bien hubo muchos responsables, el pueblo carioca nunca pudo perdonar al arquero de su selección, Moacyr Barbosa, quien cargó con la cruz de no haber atajado el disparo final del delantero uruguayo por el resto de su vida.

Entrevista ficticia. Bibliografía:
-Osvaldo Soriano. Artistas, Locos y Criminales. La opinión (1972-1974).
-Eduardo Galeano. El Fútbol a sol y sombra

martes, 6 de agosto de 2013

Sueños

Campo de los Gotti, Susta, Cuenca, Ecuador, noche de sábado 10 de marzo de 2012

Elixir de la suerte, suerte líquida, pócima para la felicidad, ha recibido muchos nombres dependiendo el lugar en donde haya sucedido. Es una sustancia viscosa, de un color medio verde, de consistencia similar a la gelatina, pero más dura, y por momentos brillante. No se la come, no se la bebe y ni siquiera es necesario tocarla. El efecto,  el don que otorga, se produce tan solo con estar cerca. Soy la única persona que la descubrió por sus propios medios, sin experimentarla y sin que nadie me lo contara. Me cuesta poner en palabras su forma de manifestarse o explicar qué es lo que hace sin que me traten como un loco, como lo han hecho los demás.  Al menos al principio…
El primer indicio que tuve, la primera pista, no la reconocí sino hasta después de ver otras señales similares. Unos chicos del hostel “Casa del Mochilero”, en Lima, Perú, practicaban un tema en guitarra y voz, pero no les salía. Lo practicaban por todos lados y todo el tiempo, pero no lograban que saliera bien. Recuerdo verlos un día, como tantos otros, sentados en la terraza del lugar, cantando y tocando. Detrás de ellos estaba este peculiar elemento, pegado a una pared, por encima de sus cabezas. De aspecto similar al de esas pegatinas, como lazos o látigos, que venían en los paquetes de snacks, pero de consistencia menos sólida, mediría unos diez centímetros de largo. Por debajo era una línea recta y por arriba con forma de picos, como si fuera la imagen de un panel que mide el pulso de los pacientes o como un paisaje de montañas que se superponen.
En fin, allí estaba la cosa arriba de los chicos, cuando intentaron, una vez más, sacar el tema. Y vaya si salió. Fue el tema musical más hermoso que escuchamos en nuestras vidas, todos los presentes. Fue perfecto. Una melodía muy suave, pero intensa, y una voz que hacía llorar a los ángeles. Desde que comenzó el tema, la sustancia fue cambiando la intensidad de su color, brillando al ritmo de la música hasta que terminó. Algunos estaban haciendo otras cosas, lavando ropa, hablando por ahí o haciendo artesanías, pero el tiempo que duró la canción todos estuvimos congelados, contemplando a los chicos. No mirando, no escuchando, sino sintiendo. Yo estaba sentado frente a ellos, también en el suelo, así que pude ver el espectáculo y, sobretodo, observar la presencia de esa cosa. Aplaudidos, ovacionados y felicitados por todos, los pibes salieron del lugar extasiadamente felices, para seguir tocando su bella música en otros sitios.
En los días siguientes, sucedió el segundo hecho, la segunda oportunidad en que vi actuar esa peculiar sustancia. Estábamos en la cocina y estaba pegada al techo, cerca de uno de los zócalos. Una pareja cocinaba en una olla enorme junto a un amigo de ambos. No tenían plata y necesitaban volver a su país. Habían estado subsistiendo humildemente vendiendo comida. Esa misma comida que preparaban todos los días, bien temprano, para estar listos para trabajar en el horario del almuerzo. Sinceramente, no era rica la comida y por eso les había ido bastante mal con el tema de las ventas. Ganaban unas pocas monedas diarias, con las que costeaban sus vicios y los mismos ingredientes que utilizaban. Pero ahora estaban en verdaderos problemas. Se iban al día siguiente, tenían su pasaje de bus reservado y debían toda la cuenta del hospedaje. Tenían que regresar sí o sí por compromisos impostergables. Y sí amigos, ese día fueron bendecidos por el don de la mancha verde en el techo de la cocina. Prepararon la comida más exquisita que un ser humano haya probado jamás. Una delicia. Fui su primer cliente. El primero de cientos.
Cuando salieron a vender, el aroma que expedía la cacerola atraía a la gente. La primer tanda acabó en el mismo hostel, no llegaron ni a salir a la calle. Todos se acercaban y compraban, sin preguntar siquiera de qué comida se trataba o qué es lo que contenía. Todo el día pasaron cocinando bajo la atenta mirada y misteriosa participación de nuestra pequeña amiguita viscosa. La gente se aglutinaba en los pasillos y no compraban sólo porciones personales, sino que llevaban cantidades inmensas del alimento. Personas que ya no tenían apetito, continuaban en la firme tarea de conseguir ese plato sabrosamente mágico.
Se imaginarán que los iluminados cocineros no sólo saldaron su deuda y consiguieron pagar sus pasajes, sino que hicieron una pequeña fortuna de dinero y elogios en pocas horas. La materia verde continuó brillando hasta que se apagó la última llama de la hornalla.
Y así siguió la masa pegajosa, actuando y beneficiando a las personas que tenía cerca. Trabajos obtenidos, becas concedidas, familiares que mejoraron su salud y hasta apariciones de objetos que se consideraban perdidos, todo por obra y gracia de esta fuente de buena fortuna. Cuando ya estuve seguro de su poder, me autoimpuse la tarea de hacerla conocer, a ella y a la bendición que traía para nosotros. No fue nada fácil, como les dije, pero en un principio lo hice para convencerme a mí mismo que no estaba loco. Lógicamente, después de cada explicación sobre el tema era burlado y despedido con risas y negaciones. Los más cercanos a mí hasta se preocuparon, pero yo estaba tan seguro que no tenía miedo. Decidí basarme en experiencias y de ese modo demostrarle a la gente que yo tenía razón.
Con extremo cuidado y mucho pánico, agarré la cosa y la envolví en papel film, para luego guardarla en un frasco. Junté un grupo de gente y decidí hacer la prueba. Por mi cabeza pasaron muchas cosas, entre ellas, por supuesto, el temor de la típica falla de película hollywoodense, donde mi demostración no funciona frente al público y yo hago el ridículo y me deprimo, y después, cuando menos lo espero, pasa algo que me hace reconfirmar la magia de la sustancia y todos me dan la razón, me creen y me piden disculpas por haber desconfiado anteriormente. Pero no. Simplemente funcionó, tal como había funcionado las otras veces. Todos, emocionados, me felicitaron por mi descubrimiento y uno a uno fueron recibiendo la ayuda de la masa en las situaciones que ellos requerían. El frasco fue pasando de mano en mano, solucionando los problemas de quien lo sostenía. Imagínense el ambiente. Traten de figurarse un lugar donde por varias semanas todo marcha perfectamente y nadie tiene ningún inconveniente. Todos éramos felices de la mañana a la noche. Se vivía un clima fantástico.
La situación se fue haciendo más común y las personas utilizaban cada vez menos el don que se les ofrecía. No por falta de interés, pero al estar realmente tan bien no debían recurrir al uso del frasco. Era una felicidad tan extrema, que ya se tornaba cotidiana.
Al tiempo, sucedió algo extraño. Un amigo me contó de cierto problema que molestaba sus pensamientos: su hermana más chica tenía un novio que a él no le agradaba porque la maltrataba o algo así, no fue muy preciso con los detalles. Yo tampoco los solicité. Entonces le dije, con total naturalidad, que tomara el frasco, pensara bien en su problema y así se resolvería. Se lo dije como algo muy obvio, ya que él ya había recurrido a la sustancia en otra oportunidad y hasta recuerdo que era uno de los más agradecidos y felices por el desenlace de su conflicto. Pero cuando hablé del frasco, me miró con una expresión de asombro y desconcierto. No tenía idea de qué le estaba hablando. Traté de hacerlo reaccionar, y nada. Hondeé más sobre las cualidades milagrosas de la cosa verde, y nada. Volvieron las burlas estúpidas y sin sentido. Comencé a desesperarme. ¡Cómo podía ser que la haya olvidado! Lo había ayudado y no lo recordaba. Se lo hice notar, pero aludió a que su tema anterior se había resuelto “por parámetros normales y no por una sustancia mágica”. Me trató de loco y me enfurecí con él. No me cabía en la cabeza que se le hayan borrado los recuerdos de esta masa tan especial con la que todos nos encontrábamos. Entonces, recurrí a los demás. Primero con la misma naturalidad que había tenido antes, casi que era yo el que me burlaba de él por ignorar lo sucedido. Después fui más sigiloso y cauto, y traté de explayarme más. Pero nadie recordaba. Nadie aceptaba que la cosa verde los había hecho tan felices y les había solucionado cosas muy importantes. Estaba desconcertado y furioso. Y entonces recurrí a ella. Con el frasco en la mano, me pregunté por qué la gente no se acordaba el don que habían recibido. Y me di cuenta que así debía ser. Podía hacer la prueba de vuelta, para que vuelvan a creerme, pero ella me decía que igual lo olvidarían más adelante. Nadie debía conocer la existencia de esa sustancia verde y brillante, esa masa milagrosa y poderosa que nos obsequiaba felicidad.

Por eso escribo esto. Tengo miedo de olvidar yo también. Dejo esta historia por escrito, por si alguien, en algún momento, recuerda lo que pasó. No estoy loco, pero estoy solo que en términos prácticos es lo mismo. Ojalá no deba recurrir nunca a estos papeles. Ojalá no la olvide. Pero ya estoy empezando a dudar.

domingo, 4 de agosto de 2013

Instrucciones para patear un penal

Cuando el bullicio del área comienza a tranquilizarse un poco y las protestas de los defensores rivales quedan ya sin efecto, acercarse a la pelota con una calma rítmica, que le demuestre a la hinchada que está confiado para convertir el gol, pero que al mismo tiempo no le haga pensar al arquero que tiene miedo.

Tomar la bola firmemente entre las manos y, llevándola a la altura del corazón, dirigirse hacia el punto blanco.  Este es el único momento en que observa el arco y escoge a qué sitio irá dirigido su remate. Nunca más vuelve a mirar hacia ese lugar. Aplastar el césped con el botín de su pierna más dócil y, no apoyarla, sino servirla en el sector del penal de manera tal que quede ubicada una mitad en el sector pintado del pasto y la otra mitad en el verde, siempre hacia adelante.

Levantarse sutilmente, pero usando la mayor cantidad de músculos posibles y sentir la brisa del viento sacudiendo su camiseta. Retroceder de espalda, siempre mirando al balón, con pasos firmes y largos. Con los pies a la altura de los hombros y las manos en la cintura, quedarse mirando al árbitro hasta que se acomode y esté listo para dar la orden. Retirar el brazo izquierdo de la cadera y dejarlo inerte en el aire. Mirar fijamente al arquero, sin ninguna expresión en el rostro, hasta escuchar el pitido del referí.

Levantar la vista hacia su hinchada y sonreír. Bajar la mirada nuevamente hacia el arquero, pero ahora con ojos amenazantes, como frunciendo el seño. Mantener siempre la vista en sus ojos. Apagar los oídos.
Deslizar el brazo derecho y, junto con la cintura, emprender la carrera. Una vez que el brazo derecho y el extremo derecho de la cadera se columpiaron hacia adelante, empezar a correr. El primer paso se da con la pierna que golpeará la pelota y es el encargado de la precisión y la firmeza en la pisada. El otro deberá encargarse de la velocidad.


Antes del momento de impactar el tiro, el brazo del lado que va a golpear la pelota debe bajar y el otro subir. El cuerpo debe columpiarse ligeramente hacia el lado opuesto al que va a rematar y el talón del pie encargado de arremeter contra la bocha deberá cortar el aire que hay entre el suelo y la nalga, para después impulsarse con extrema fiereza o sutil audacia hasta impactar la pelota.