ENTREVISTA
A OBDULIO VARELA
“Si
ahora tuviera que jugar otra vez
esa final, me hago un gol en contra.”
El
capitán y figura del seleccionado uruguayo de fútbol habla de todo: sus
comienzos, la final contra Brasil, sus sensaciones posteriores y el manejo del
fútbol.
-
¿Cómo fueron sus primeros pasos futbolísticos?
-
Yo empecé a jugar
fútbol por casualidad. Un día me invitaron a jugar un partido de barrio, ganamos
y me quedé en el equipo. Empecé a jugar en un club de intermedia, hasta que un
día me avisaron que me habían vendido al Wanderers.
-
¿Qué recuerdos tiene en ese equipo y cuándo llegó al
Peñarol?
-
Debuté en el
Wanderers contra River Plate y perdimos, pero después le ganamos a Bella Vista.
Por fin, en el estadio Centenario, jugamos contra Peñarol. Ellos tenían un
cuadrazo, pero les ganamos 2 a 1, y una vez que subimos, no bajamos nunca más.
Estuve cuatro años en el Wanderers y en 1943 pasé a Peñarol, donde me quedé hasta 1955, cuando largué el fútbol.
- ¿Cuáles
eran sus expectativas antes de disputar la final del Mundial de 1950, contra
Brasil?
- Los brasileños
venían matando. Cuando fuimos a la final nadie dudaba de que ellos nos
aplastarían. Tenían un cuadro bárbaro, eran locales y el mundo entero esperaba
que ganaran el Mundial. Nosotros jugábamos, puede decirse, contra todo el
mundo.
-
¿Sentía realmente que su equipo era capaz de vencer a
la selección brasileña?
- Debíamos tener
tranquilidad, ya que nuestra responsabilidad era menor. Recuerdo que un
dirigente uruguayo dijo que con llegar a la final ya debíamos estar satisfechos
y que ahora se trataba de evitar el papelón, de no tragarse una goleada muy
grande. Yo me indigné y le dije: “Si entramos vencidos mejor no juguemos. Estoy
seguro de que vamos a ganar este partido. Y si no lo ganamos, tampoco lo vamos
a perder por cuatro goles”.
-
Usted era un jugador de experiencia y muy respetado
dentro del grupo ¿Cómo fue su rol de liderazgo? ¿Qué consejos pudo darle a sus
compañeros?
- Sí, yo tenía 33
años y muchos internacionales encima. Los otros muchachos del equipo eran
jóvenes, pero jugaban bien al fútbol. Teníamos que darnos cuenta que se le
podía ganar a Brasil. Ellos tienen mucho miedo de jugar contra los uruguayos o los
argentinos. Cuando íbamos para el túnel, les dije a los muchachos: “Salgan
tranquilos. No miren para arriba. Nunca miren a la tribuna; el partido se juega
abajo.”
-
¿Qué sensaciones tuvo durante el partido? ¿Cómo vivió
el desarrollo dentro de la cancha?
-
La cancha era un
infierno. Cuando salimos eran más de cien mil personas silbando. En el primer
tiempo dominamos en buena parte nosotros, pero después nos quedamos. Faltaba
experiencia en muchos de los muchachos. La cosa no era tan brava, el asunto era
no dejarlos tomar el ritmo demoledor que tenían. En el segundo tiempo salieron
con todo. Pensé que si no los parábamos, nos iban a llenar de goles. Empecé a
marcar de cerca, a apretarlos, para tratar de jugar de contraataque. Ahí nos
metieron el gol. Parecía el principio del fin.
- ¿Cómo consiguieron mantener la calma en ese momento y
finalmente dar vuelta el partido?
- Después de ese
gol, todos vieron que yo agarraba la pelota y me iba para el medio. Lo que no
saben es que yo iba a pedir un off-side.
Sabía que el referí no iba a atender el reclamo, pero era una oportunidad para
parar el partido y había que aprovecharla. Me fui despacito y por primera vez
miré para arriba, al enjambre de gente que festejaba el gol. Tardé mucho en
llegar a la mitad de la cancha. Querían ver funcionar a su máquina de hacer
goles y yo no la dejaba arrancar de nuevo. Entonces, en vez de poner la pelota
en el medio, lo llamé al referí y pedí un traductor. Mientras vino, le dije que
había off-side y otras cosas. Había pasado por lo menos otro minuto. Cuando
empezamos a jugar de nuevo, ellos estaban ciegos, no veían ni su arco de
furiosos que estaban; todos nos dimos cuenta que podíamos ganar el partido.
El jugador tiene que ser como el artista: dominar el
escenario. O como el torero, dominar el ruedo y al público, porque sino, el
toro se le viene encima
-
¿Qué sentimientos experimentó al momento de salir
campeón?
- Cuando hicimos el
segundo gol no lo podíamos creer. ¡Campeones del mundo, nosotros, que veníamos
jugando tan mal! Al terminar el partido estábamos como locos. En Brasil había
duelo. Los cajones de cañitas voladoras flotaban en el mar. Era una desolación.
- ¿Qué reacción tuvo ante tal decepción brasileña? ¿Cómo
vio usted a la gente en Río de Janeiro después de este fracaso mundialista?
-
Estaban llorando
todos. Parecía mentira; todo el mundo tenía lágrimas en los ojos. Yo los miraba
y me daban lástima. Ellos habían preparado el carnaval más grande del mundo
para esa noche y se lo habíamos arruinado. Me sentía mal. Hubiera sido lindo
ver ese carnaval, ver como la gente disfrutaba con una cosa tan simple.
Nosotros habíamos arruinado todo y no habíamos ganado nada. Teníamos un título,
pero ¿qué era eso ante tanta tristeza?
-
Entonces, ¿cambiaría algo de lo sucedido en aquella
final?
-
Si ahora tuviera
que jugar otra vez esa final, me hago un gol en contra, sí señor. No se
asombre. Lo único que conseguimos al ganar ese título fue darle lustre a los
dirigentes de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Ellos se hicieron entregar
medallas de oro y a los jugadores les dieron unas de plata.
- ¿Qué conclusión obtiene a través de las experiencias
vividas a lo largo de su carrera profesional?
- Ahora estoy muy arrepentido
de haber jugado. Si tuviera que hacer mi vida de nuevo, ni miro una cancha. El
fútbol está lleno de miseria. Dirigentes, algunos jugadores, periodistas, todos
están metidos en el negocio sin importarles la dignidad del hombre.
- ¿Cuáles fueron las cosas que más le afectaron de este
manejo dirigencial y periodístico que se evidencia, incluso en la actualidad,
del fútbol?
- Muchas cosas me
dolieron. Los periodistas se metieron en mi vida privada. Me atacaron mucho
durante la huelga de jugadores. Desde entonces me encapriché y me negué a salir
en las fotos que tomaban al equipo en la cancha. Una vez los cronistas hicieron
un planteo a Peñarol y el club me llamó para convencerme de que tenía que salir
en las fotos. Entonces les pregunté: “¿Para qué me contrataron? ¿Para sacarme
fotos o para jugar al fútbol?”. Desde ahí no quise saber más nada con
dirigentes ni con periodistas.
- El fútbol ha tomado más relevancia por sus negocios
millonarios que por el deporte en sí. ¿Cómo analiza, por lo tanto, su carrera como jugador profesional?
- Yo sé que hay que
ganarse la vida, pero no hay motivo para ensuciar a los demás. A mí me
castigaron mucho y no lo aguanto. No vale la pena poner la vida en una causa
sucia, contaminada. El que se sienta capaz, que lo haga. Algún día tendrá que
rendir cuentas; entonces sabremos quién es quién y si valía la pena ensuciarse.
Yo no volvería a acercarme a una cancha aunque me ofrecieran millones.
El Mundial de Fútbol de 1950 se realizó en Brasil
luego de un paréntesis de 12 años debido a la Segunda Guerra Mundial. El
público local estaba muy entusiasmado con su equipo, que goleaba a sus rivales
y seguía firme su camino hacia la obtención del título. El partido definitorio,
contra Uruguay, se jugó en el estadio Maracaná frente a más de 200 mil personas.
El encuentro lo comenzó ganando Brasil, pero los uruguayos lo dieron vuelta y
salieron campeones. La decepción fue enorme y el maracanazo, como se conoció a ese partido, fue considerado el
fracaso más grande de Brasil en la historia. Si bien hubo muchos responsables,
el pueblo carioca nunca pudo perdonar al arquero de su selección, Moacyr
Barbosa, quien cargó con la cruz de no haber atajado el disparo final del
delantero uruguayo por el resto de su vida.
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