jueves, 8 de agosto de 2013

Entrevista a Obdulio Varela

ENTREVISTA A OBDULIO VARELA

“Si ahora tuviera que jugar otra vez
 esa final, me hago un gol en contra.”

El capitán y figura del seleccionado uruguayo de fútbol habla de todo: sus comienzos, la final contra Brasil, sus sensaciones posteriores y el manejo del fútbol.

-          ¿Cómo fueron sus primeros pasos futbolísticos?
-          Yo empecé a jugar fútbol por casualidad. Un día me invitaron a jugar un partido de barrio, ganamos y me quedé en el equipo. Empecé a jugar en un club de intermedia, hasta que un día me avisaron que me habían vendido al Wanderers.

-          ¿Qué recuerdos tiene en ese equipo y cuándo llegó al Peñarol?
-          Debuté en el Wanderers contra River Plate y perdimos, pero después le ganamos a Bella Vista. Por fin, en el estadio Centenario, jugamos contra Peñarol. Ellos tenían un cuadrazo, pero les ganamos 2 a 1, y una vez que subimos, no bajamos nunca más. Estuve cuatro años en el Wanderers y en 1943 pasé a Peñarol, donde me quedé hasta 1955, cuando largué el fútbol.

-      ¿Cuáles eran sus expectativas antes de disputar la final del Mundial de 1950, contra Brasil?
-       Los brasileños venían matando. Cuando fuimos a la final nadie dudaba de que ellos nos aplastarían. Tenían un cuadro bárbaro, eran locales y el mundo entero esperaba que ganaran el Mundial. Nosotros jugábamos, puede decirse, contra todo el mundo.

-          ¿Sentía realmente que su equipo era capaz de vencer a la selección brasileña?
-       Debíamos tener tranquilidad, ya que nuestra responsabilidad era menor. Recuerdo que un dirigente uruguayo dijo que con llegar a la final ya debíamos estar satisfechos y que ahora se trataba de evitar el papelón, de no tragarse una goleada muy grande. Yo me indigné y le dije: “Si entramos vencidos mejor no juguemos. Estoy seguro de que vamos a ganar este partido. Y si no lo ganamos, tampoco lo vamos a perder por cuatro goles”.

-          Usted era un jugador de experiencia y muy respetado dentro del grupo ¿Cómo fue su rol de liderazgo? ¿Qué consejos pudo darle a sus compañeros?
-        Sí, yo tenía 33 años y muchos internacionales encima. Los otros muchachos del equipo eran jóvenes, pero jugaban bien al fútbol. Teníamos que darnos cuenta que se le podía ganar a Brasil. Ellos tienen mucho miedo de jugar contra los uruguayos o los argentinos. Cuando íbamos para el túnel, les dije a los muchachos: “Salgan tranquilos. No miren para arriba. Nunca miren a la tribuna; el partido se juega abajo.”

-          ¿Qué sensaciones tuvo durante el partido? ¿Cómo vivió el desarrollo dentro de la cancha?
-          La cancha era un infierno. Cuando salimos eran más de cien mil personas silbando. En el primer tiempo dominamos en buena parte nosotros, pero después nos quedamos. Faltaba experiencia en muchos de los muchachos. La cosa no era tan brava, el asunto era no dejarlos tomar el ritmo demoledor que tenían. En el segundo tiempo salieron con todo. Pensé que si no los parábamos, nos iban a llenar de goles. Empecé a marcar de cerca, a apretarlos, para tratar de jugar de contraataque. Ahí nos metieron el gol. Parecía el principio del fin.

-         ¿Cómo consiguieron mantener la calma en ese momento y finalmente dar vuelta el partido?
-         Después de ese gol, todos vieron que yo agarraba la pelota y me iba para el medio. Lo que no saben es que yo iba a pedir un off-side. Sabía que el referí no iba a atender el reclamo, pero era una oportunidad para parar el partido y había que aprovecharla. Me fui despacito y por primera vez miré para arriba, al enjambre de gente que festejaba el gol. Tardé mucho en llegar a la mitad de la cancha. Querían ver funcionar a su máquina de hacer goles y yo no la dejaba arrancar de nuevo. Entonces, en vez de poner la pelota en el medio, lo llamé al referí y pedí un traductor. Mientras vino, le dije que había off-side y otras cosas. Había pasado por lo menos otro minuto. Cuando empezamos a jugar de nuevo, ellos estaban ciegos, no veían ni su arco de furiosos que estaban; todos nos dimos cuenta que podíamos ganar el partido.
El jugador tiene que ser como el artista: dominar el escenario. O como el torero, dominar el ruedo y al público, porque sino, el toro se le viene encima

-          ¿Qué sentimientos experimentó al momento de salir campeón?
-    Cuando hicimos el segundo gol no lo podíamos creer. ¡Campeones del mundo, nosotros, que veníamos jugando tan mal! Al terminar el partido estábamos como locos. En Brasil había duelo. Los cajones de cañitas voladoras flotaban en el mar. Era una desolación.

-     ¿Qué reacción tuvo ante tal decepción brasileña? ¿Cómo vio usted a la gente en Río de Janeiro después de este fracaso mundialista?
-          Estaban llorando todos. Parecía mentira; todo el mundo tenía lágrimas en los ojos. Yo los miraba y me daban lástima. Ellos habían preparado el carnaval más grande del mundo para esa noche y se lo habíamos arruinado. Me sentía mal. Hubiera sido lindo ver ese carnaval, ver como la gente disfrutaba con una cosa tan simple. Nosotros habíamos arruinado todo y no habíamos ganado nada. Teníamos un título, pero ¿qué era eso ante tanta tristeza?

-          Entonces, ¿cambiaría algo de lo sucedido en aquella final?
-          Si ahora tuviera que jugar otra vez esa final, me hago un gol en contra, sí señor. No se asombre. Lo único que conseguimos al ganar ese título fue darle lustre a los dirigentes de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Ellos se hicieron entregar medallas de oro y a los jugadores les dieron unas de plata.

-   ¿Qué conclusión obtiene a través de las experiencias vividas a lo largo de su carrera profesional?
-       Ahora estoy muy arrepentido de haber jugado. Si tuviera que hacer mi vida de nuevo, ni miro una cancha. El fútbol está lleno de miseria. Dirigentes, algunos jugadores, periodistas, todos están metidos en el negocio sin importarles la dignidad del hombre.

-         ¿Cuáles fueron las cosas que más le afectaron de este manejo dirigencial y periodístico que se evidencia, incluso en la actualidad, del fútbol?
-     Muchas cosas me dolieron. Los periodistas se metieron en mi vida privada. Me atacaron mucho durante la huelga de jugadores. Desde entonces me encapriché y me negué a salir en las fotos que tomaban al equipo en la cancha. Una vez los cronistas hicieron un planteo a Peñarol y el club me llamó para convencerme de que tenía que salir en las fotos. Entonces les pregunté: “¿Para qué me contrataron? ¿Para sacarme fotos o para jugar al fútbol?”. Desde ahí no quise saber más nada con dirigentes ni con periodistas.

-      El fútbol ha tomado más relevancia por sus negocios millonarios que por el deporte en sí. ¿Cómo analiza, por lo tanto, su carrera como jugador profesional?
-     Yo sé que hay que ganarse la vida, pero no hay motivo para ensuciar a los demás. A mí me castigaron mucho y no lo aguanto. No vale la pena poner la vida en una causa sucia, contaminada. El que se sienta capaz, que lo haga. Algún día tendrá que rendir cuentas; entonces sabremos quién es quién y si valía la pena ensuciarse. Yo no volvería a acercarme a una cancha aunque me ofrecieran millones.


El Mundial de Fútbol de 1950 se realizó en Brasil luego de un paréntesis de 12 años debido a la Segunda Guerra Mundial. El público local estaba muy entusiasmado con su equipo, que goleaba a sus rivales y seguía firme su camino hacia la obtención del título. El partido definitorio, contra Uruguay, se jugó en el estadio Maracaná frente a más de 200 mil personas. El encuentro lo comenzó ganando Brasil, pero los uruguayos lo dieron vuelta y salieron campeones. La decepción fue enorme y el maracanazo, como se conoció a ese partido, fue considerado el fracaso más grande de Brasil en la historia. Si bien hubo muchos responsables, el pueblo carioca nunca pudo perdonar al arquero de su selección, Moacyr Barbosa, quien cargó con la cruz de no haber atajado el disparo final del delantero uruguayo por el resto de su vida.

Entrevista ficticia. Bibliografía:
-Osvaldo Soriano. Artistas, Locos y Criminales. La opinión (1972-1974).
-Eduardo Galeano. El Fútbol a sol y sombra

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