martes, 27 de agosto de 2013

La vida y todo lo demás


El pelo cano y grasoso le tapa la mayor parte de las facciones de su cara. La barba tupida le sobresale, como queriendo abandonarlo. Viste con lo que alguna vez fue un traje negro, ahora sucio y deshilachado, y sin calzado en los pies. Un reloj roto lo acompaña en su muñeca izquierda que junto a un pequeño anotador y un lápiz sin punta constituyen sus únicas posesiones materiales. Sus ojos, negros como el carbón, hablan sin decir palabras. Indignación, ira, resignación y tristeza son los sentimientos que se mezclan en esa mirada firme y, al mismo tiempo, casi perdida.
Juan Q. era un hombre pleno, contento con su vida. Sin tenerlo todo, pero sí con  sus necesidades básicas satisfechas y logrando cumplir sus principales objetivos, se consideraba un persona feliz. Contaba con un buen trabajo, un departamento aceptable por el cual no debía pagar una fortuna y una novia que lo amaba. Juan Q. era sumamente gracioso y perspicaz. Tenía un don natural para hacer reír a la gente. En las reuniones sociales, siempre era el centro de atención y le gustaba que así fuese. Este carisma tan propio que lo destacaba del resto fue lo que lo llevó a concretar el gran cambio en su vida.
En una fiesta de fin de año de su empleo, conoció a un empresario televisivo muy famoso que quedó maravillado con la ocurrencia y la gracia de Juan Q. Tras diversas promesas de gloria, mujeres, dinero y fama, comenzaron las negociaciones entre ambos individuos. Los proyectos no tardaron en concretarse y así Juan Q. comenzó a trabajar para lo que había nacido. Y era bueno. Demasiado bueno, en realidad.
Juan Q. es hoy en día un hombre desahuciado, desdichado. Su simpatía y su carisma se fueron junto con sus ganas de volver a sonreír. Su trabajo es el reclamo. Su oficina es una esquina del microcentro porteño. Su computadora es un cartel escrito con marcador. Y su casa, cualquier acera en la ciudad.
Juan Q. fue engañado, fue vilmente manipulado por un hombre y una empresa que lo privaron de todos los beneficios que le correspondían por la labor asignada. Entregó todo su talento y esfuerzo para darle al programa televisivo que lo había contratado un reconocimiento pocas veces visto en nuestro país. Sus ideas, bromas y sketchs revolucionaron la pantalla y se convirtieron en poco tiempo en las más seductoras ante la elección del televidente. Claro que bajo el rótulo de otra persona…
Cuando Juan Q. pretendió levantar acciones legales frente a sus contratistas se produjo la tormenta. Gastó todo su dinero en abogados y juicios, pero el imperio que tenía enfrente era inmune a estas leyes hechas para hombres normales, como Juan Q. Así, perdió su departamento, poco a poco se fue terminando su relación amorosa y jamás tuvo el apoyo de una familia ausente, amigos o ex compañeros laborales, porque sabían a qué monstruo se enfrentaban.
De esta manera, Juan Q. es el principal idóneo de un programa televisivo que factura millones de pesos y por el cuál no es reconocido. Juan Q. duerme en la calle y come de restos que encuentra en la basura. Decididamente fue condenado, por su perseverancia y su confianza. Fue condenado por una industria que se alimenta de las esperanzas de la gente y las deglute para saciar su hambre codiciosa. Y escupe esa esperanza, así como también desecha todo lo que no le sirve más para su crecimiento económico. Y es esta industria, egoísta y avara, cruel y miserable, la que dejó a Juan Q. en el lugar donde está.
Es por eso que Juan Q. espera todos los días una respuesta, una solución. Espera que le presten un poco de atención al cartón que lleva consigo y que reza: “Marcelo Tinelli me estafó y arruinó mi vida”.

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