jueves, 30 de mayo de 2013

El apetito de saborear lo logrado

21/5
Real de Catorce. El desierto.
Al salir de la isla me había impuesto un objetivo en lo referido a destino en México. Ese destino fue Real de Catorce. No tenía idea que encontraría aquí, solamente sentía que algo me atraía hacia este lugar. Tres largos meses de rais, de aventura, de conocer gente, hacer amigos, visitar lugares. Tres meses donde mi personalidad tomó fuerza y mi madurez se completó. Hoy sé quien soy y sé lo que quiero para el resto de mi vida. Cómo se desarrollará es parte del aprendizaje eterno, ese tan desconcertantemente bello.
Real es un pueblo rodeado de montañas áridas, con escasa vegetación y una fuerza visual impresionante. Al atardecer los cerros brillan con un destello rojizo que ilumina los ojos y saca una sonrisa de placer al observador.
Llegamos luego de 7 rais. Salimos de San Luis a las 11 am y a las 18 nos instalamos en una cabañita que nos rentó Fabiola. Nuestra casera es una señora muy agradable y al instante denota su gran corazón. Tiene un hijo, Fernando Manuel, un chiquillo travieso de lo más divertido. Un niño muy inteligente y con una hermosa energía. Un mes atrás, me contaban, falleció su padre de un ataque al corazón. Manu me narró el velorio, explicándome cómo se llevo a cabo. "Una gran caja de madera rodeada de flores y velotas, candelabros enormes que mancharon de humo toda la pared. Por eso ahora la pintamos de azul". Me llamó mucho la atención la suma entereza con la que el chavito describía minuciosamente lo sucedido, y claro, me sensibilizó mucho. No todos los días un chico de 6 años me cuenta como falleció su padre. Hablé bastante con él y jugamos un ratito. Me encariñé enseguida con el muchachito.
La noche fría abruma con todo a su paso mientras la luna termina de completarse para decorar las montañas. Hermoso anochecer en el desierto.

22/5
La noche es de los animales. En el pueblo, los cerdos, caballos, gallos y cabras se adueñan del sonido. Pero en la montaña son los coyotes, las víboras de cascabel, las águilas quienes mandan imponiendo un respeto impoluto.
Hoy, una larga caminata por el desierto. Subiendo y bajando cerros, conquisté la montaña más alta de San Luis Potosí. Me crucé con personas que respiran ese aire elevado, sabios caminantes junto a sus fieles animales. Hablamos del peyote y de los secretos del desierto. Para no olvidar lo pequeños que somos en este universo gigantezco, las montañas se desplazaban una tras otra frente a mí. Una postal única de la belleza reinante en este mundo. La calma que se respira se transluce en la armonía vital con la que se camina. Cada paso sobre las rocas rojas, violetas, verdes, amarillas, sobre el polvo naranja. El cuerpo se agota, pero es el corazón quien sigue adelante.
Visité el pueblo fantasma de Real, donde los indios se juntan a hacer sus ceremonias. Las ruinas hablan de lo majestuoso que fue el pueblo en otro tiempo.
En fin, una larga caminata por el desierto de Real de Catorce. Seis horas bajo un sol abrasador que luego dio paso a las nubes negras que hacían tronar todo a su alrededor.
El cansancio es muestra clara del esfuerzo. Un esfuerzo acompañado de búsqueda, eso que hace a los hombres tan distintos y los une o separa en su camino. Mi decisión fue buscar, explorar, conocer, contemplar, admirar. Estoy encontrando todo eso y muchas cosas más que no conocía.

23/5
Watley. Desierto.
Despedimos Real con alegría. Alegría de cumplir un objetivo, alegría de todo lo hermoso que vimos y la linda gente que conocimos.
Al mediodía llegamos a Watley, un pueblo muy pequeño en medio del desierto donde no pasa nada. La paz es el principal habitante de este lugar.
Y mirá como son las cosas que habíamos decidido irnos mañana, continuar el viaje a Venegas o a Matehuala, pero el abuelo nos llamó. Comenzamos a hablar con dos italianos que paran aquí también. Uno de ellos nos instruyó bastante sobre el peyote. Luego Silvino, un mexicano que vive aquí, nos dijo cómo ir y dónde encontrarlo.
Me sirvió mucho la platica con ellos porque pude sacarme varias dudas que tenía acerca de la ingesta. Y si bien no los llamaría miedos, si siento un profundo respeto por esta planta sagrada. Por eso me vino muy bien la orientación que me dieron mis, digamos, mentores. Comerlo en ayuno, no cortarlo con metal, dejar una ofrenda, establecer mi propio límite de consumo y varios aspectos más que debido a mi ignorancia hacían a mi voluntad mas débil. Pero ahora se que Mescalito es una medicina para el alma, que enseña a vivir la vida con amor y por eso siento que es mi momento para encontrarme con el.
Mañana voy a ir a tratar de conocerlo. Voy con decisión, sin temores y con esperanza en que me ayude a aprender mucho más de esta vida. Una vida a la que le pongo alegría y trato de vivirla con amor, porque sé que el amor es la única forma de vivirla. Quiero conocerlo porque siento que estoy en el camino, un camino con corazón. Deseo el bien en el mundo, que las personas sean felices y vivan llenas de alegría. Siento que es el momento indicado de mi vida para afrontar una enseñanza de esta dimensión. Sé que tengo mucho más amor dentro mío para darle al mundo. Espero que Mezcalito me ayude a explotarlo.

27/5
Autopista a Guadalajara.
La experiencia con el híkuri fue muy satisfactoria.
El viernes 24 nos levantamos a las 6 de la mañana, preparamos las mochilas con agua y comida y salimos rumbo al ojo de agua. Caminamos por la carretera a San José durante una hora más o menos hasta encontrar una figura de Cristo, nuestro punto de referencia para doblar a la derecha (casualmente hacia donde mira la imagen). Nos metimos por ese camino de tierra y continuamos por allí otra hora más. Nuestra siguiente indicación fue encontrar el camino que va recto hacia tres álamos enormes. No doblar ni antes ni después, únicamente cuando estemos recto a los árboles. Desde allí, hacer 50 pasos derecho y 25 pasos a la derecha, hasta la orilla de un arroyo seco. Seguimos estas indicaciones al pie de la letra y allí encontramos el peyote.
Buscaba con la mirada atenta, conocía su forma, pero nunca lo había visto. Crecen bien pegados a la tierra y es fácil confundirlos con una roca. Di varias vueltas, inspeccionando el lugar indicado. Hasta que lo vi. Debajo de una planta, casi que escondiéndose estaba la planta. Encontrarlo fue una linda sensación de cumplir una meta. Como me habían dicho, "el primero que encuentres le dejas una ofrenda". Y así fue. La ofrenda que le otorgué fue una pulsera de macramé: La primera pulsera que hice yo mismo, en la isla, antes de que todo esto comenzara realmente. La dejé como un símbolo de agradecimiento por lo que estaba a punto de recibir, pero también significaba algo interno para mí. En este viaje por México, también viaje por dentro mío. Hoy el macramé es mi herramienta de trabajo, algo fundamental para continuar con esta hermosa aventura. Así que también es una muestra de mi logro, de mi crecimiento. Llegar al desierto trabajando de artesano y malabarista y encontrar mi peyote ha significado mucho. Un aprendizaje constante, vencer miedos, deshacerme de prejuicios y vergüenzas sin sentido y, sobretodo, la satisfacción de cumplir con mi objetivo.
El segundo peyote que encontrara era el que debía comer. Busqué por un rato sin tener suerte, hasta que pensé que quizás mi primer peyote, mi guía, me ayudaría. Detrás de él, al otro lado de la planta, había cuatro peyotes unidos y a menos de un metro otros cuatro más. Convidándoles agua a todos, decidí tomar para mí el de arriba a la izquierda del primer grupo que había visto. Era un peyote de seis gajos. Con respeto, con alegría y con cuidado fui cortándolo y comiéndolo. Tal proceso me llevó alrededor de una hora. Mi primer sensación, la cual me acompañó durante las horas siguientes, fue la de recibir una inmensa paz tanto corporal como mental. Al instante entré en sintonía con todo el desierto y especialmente con los insectos que me rodeaban. No me sentí yo Diego, un tipo en el desierto, sino que me sentí parte de él, un complemento que convivía en perfecta armonía con bichos, plantas, rocas, tierra y todos los componentes de ese desierto, ese lugar nuestro, de todos los que en ese preciso momento estábamos disfrutándolo.
El zumbido de las moscas lo escuchaba muy intensamente, y experimenté la sensación de que una de ellas en particular quería decirme algo. Se me acercaba al oído y allí se quedaba. Me seguía a donde vaya, siempre la misma, empecinada con mis orejas y reposando sobre mi pantalón y remera. Al levantarme y echarme a andar, la paz esa tan intensa se extendía a cada sitio donde mirase. Cada paso que daba era sutil y mis movimientos estaban cargados de una gracia especial. Pensé, pensé mucho. No alucine. Sé que el abuelo se me reflejó en la manera en que yo sabía y podía recibirlo, que era mi propia racionalidad. En cada persona debe ser distinto. Yo me daba cuenta que no era uno de mis pensamientos en los que maquino mucho y muy rápido. Era un pensar ordenado, amplio, profundo, pero tranquilo. Supe que solo no puedo. Que necesito amigos y especialmente a mi familia. Que son mis maestros, que debo tenerlos y aprender de ellos. Acepté esa realidad, dejando de lado mi orgullo, sabiendo que no soy perfecto y que siempre que necesite ayuda debo pedirla.
Otro estado fuera de lo común en mí fue disfrutar del silencio. Pasé horas enteras sin pronunciar palabra. No quería ni podía hablar. Y lo primero que dije, tiempo después al encontrarme con Juanma, fue "muy linda experiencia". Nos comunicamos muy bien, admitimos que somos muy parecidos y que es por eso que podemos llevarnos tan bien y compartir tantas cosas importantes de nuestra vida.
Con la panza llena y el corazón contento continuamos la excursión al ojo de agua, atravesando una plantación de ajo. El regreso fue agotador, pero satisfactorio. Y esa noche y la noche que siguió, llovió y llovió. Cayó un diluvio como no se había visto en años en pleno desierto. Y es que claro, nos habían avisado, a Mezcalito le gusta el agua.

No hay comentarios:

Publicar un comentario